INFLUIR, SIN PERTENECER

| 15 junio, 2015

Corría el año 2010 cuando en nuestro país, Argentina, estábamos en las vísperas de que la cámara de Diputados de la Nación debatiera sobre la controversial “Ley de Matrimonio Igualitario”. Recuerdo que me encontraba dictando clases en el Instituto Bíblico Patagónico y algunos estudiantes, de uno de los cursos en los que me desempeñaba como maestro, me solicitaron tomar tiempo en el aula para orar para que dicha ley no se promulgara.

También recuerdo que en aquellos días, quiero aclarar que lo digo con sumo respeto a los consiervos e iglesias que participaron de dichas actividades, se realizaron marchas y manifestaciones en rechazo al proyecto presentado en ambas cámaras.

Ese día mi respuesta a los alumnos fue un categórico NO, y frente a los rostros asombrados de los alumnos fue necesario que fundamente mi respuesta. Las decisiones de nuestra nación, no se toman en las calles interrumpiendo el tránsito y poniendo a la iglesia frente a los ojos de la sociedad, a la misma altura que cualquier sindicato o partido obrero que reclaman por un aumento salarial. Continué explicando, que, quienes estaban dentro del recinto, tenían la capacidad de decidir por toda la nación y el voto de cada uno de ellos ya estaba decidido, por último afirmé NOS HEMOS ACORDADO TARDE.

Durante años la Iglesia ha estado ausente en muchos sectores de la sociedad, encerrándose entre las cuatro paredes de los templos y sólo saliendo al mundo con el fin de rescatar almas para Cristo, pero cediendo terreno al enemigo en áreas donde la presencia de hijos de Dios, con principios éticos y morales, es indispensable para impactar en nuestro contexto de una manera efectiva.

Cuando recurrimos a las Sagradas Escrituras podemos reconocer como Dios utilizó a personas que se encontraban en lugares estratégicos para proporcionar salvación a su pueblo o hacer que la voz de Él sea escuchada entre aquellos que tienen la capacidad de tomar decisiones, para que estos lo hagan encuadrados dentro del propósito divino.

Ejemplos como el de José, Ester, Nehemías, Daniel, Sofonías quien pertenecía a la casa real, y tantos otros que no pretendían obtener un beneficio personal más que la satisfacción de ser instrumentos en las manos de Dios.

Teniendo en cuenta esto debiéramos preguntarnos hasta qué punto la Iglesia, como institución, debe comprometerse con la sociedad involucrándose en cuestiones no religiosas que, de alguna manera, podrían afectar su testimonio frente a la comunidad donde la misma se encuentra. La respuesta a esta pregunta la podemos encontrar en la historia del cristianismo, ya que en esta encontramos algunos momentos en que Iglesia y Estado estuvieron fusionados y otros en que la Iglesia intentó instaurar la utópica idea de una Teocracia sin que realmente fuera Dios quien reinase.

De la mano de Constantino se realizó el primer intento de unificar la Iglesia con el estado, y de esta manera fusionar los intereses de ambos sectores. En el comienzo de esta sociedad, el Imperio se vio favorecido por el agregado de los valores ético-morales que los cristianos podían aportar a la clase dirigente, a la que rápidamente tuvieron accesos. La Iglesia también obtuvo sus beneficios; el cese de las persecuciones, que se extendieron desde Nerón hasta el Edicto de Tolerancia promulgado en e l 313 d.C.

Se le asignaron propiedades para el uso de las mismas como templos y/o recursos para la edificación de los mismos, etc. Pese a que los beneficios para la iglesia fueron de importancia, en el ámbito espiritual la iglesia se vio afectada ya que la corrupción del estado fue una llaga contagiosa que terminó afectando a la misma como institución.

Otro evento importante para recordar lo encontramos en el tiempo de la Reforma, impulsado por Calvino en Ginebra, quien en su segunda estancia en esa ciudad logó posicionar a la Iglesia en un lugar de tanta importancia, que tuvieron hasta la capacidad de decidir sobre la muerte de quienes eran considerados herejes. Este es el caso de Miguel Serveto, quien fue un importante teólogo que se opuso a que la Iglesia se uniera con el estado basándose en el ejemplo de Constantino, condenado a la hoguera por ser hallado culpable de este delito.

Aprender de la historia es sabiduría, y como dice el dicho popular, para muestra sólo hace falta un botón, y aquí tenemos dos, por lo que una actitud sabia es preservar la santidad de la Iglesia, y que la misma no se vea involucrada en cuestiones que no son de fe.

Esto no quiere decir que los cristianos, en forma particular, no ocupen lugares de importancia, con la capacidad de influir en las decisiones que hacen al futuro de una Nación. Si esta fuera mi afirmación final estaría en discordancia con lo expresado en las primeras líneas de este artículo.

Que la iglesia no deba intervenir como institución en política no les quita a los particulares la posibilidad y el derecho de influir y aportar valores donde hoy no existen; si en el año 2010 la mayor parte de los integrantes de las cámaras, donde se tomó la decisión sobre la ley del matrimonio igualitario, hubiesen sido hermanos en la fe, la misma no se hubiese sancionado.

Las naciones tienen la necesidad de mayor participación de cristianos en política e instituciones u organismos sociales, hermanos comprometidos con Dios que estén dispuestos a sostener sus valores en medio de la corrupción que afecta nuestras naciones, que ocupen esos cargos no con el deseo de obtener un beneficio para su iglesia local, sino con el deseo de ser útiles a la sociedad toda.

Hoy, y no más que nunca, sino como nunca debió dejar de suceder, es necesario que se levanten profetas de parte de Dios, que sean capaces de declarar la voluntad del Señor, de denunciar el pecado existente en nuestras naciones, interviniendo en aquellas decisiones que alejan a los pueblos de una vida piadosa.

Es necesario que voces desprovistas de intereses personales, vergüenza, miedo y egoísmo se atrevan a alzarse fuera de la protección de las cuatro paredes de nuestras iglesias y o salones de conferencias, sino en el epicentro de los acontecimiento. “Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa”. Mateo 5:15

 

 

Pablo Giovine

Pablo A. Giovine
Co-Pastor en la Iglesia Cristo Luz del Mundo, de la Ciudad de Santa Fe.
Graduado del Instituto Bíblico Rio de la Plata (IBRP).
Graduado del Instituto de Superación Ministerial (ISUM), Licenciado en Teología Ministerial.
Estudiante de la Facultad de Teología de las Asambleas de Dios.
Profesor del Instituto Bíblico Patagónico. (IBP)
Profesor del Instituto Bíblico Rio de la Plata. (IBRP)
Profesor del Instituto de Superación Ministerial (ISUM)

 

 

 

 

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Categoria: Edición 15 | ¿Me asocio o me aíslo?, entrega 7, SOCIEDAD, Sociología

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