EDITORIAL | NUESTRO MENSAJE

| 6 julio, 2015

Isaías, en medio de tiempos cambiantes, debía ser la voz profética que guiara al pueblo por los caminos en los cuales Dios los intentaba introducir. Observando la realidad, tras ser instando por el Señor, el profeta clama con sinceridad: ¿Qué tengo que decir a voces? (1)

Las noticias y los episodios que rodean la vida de nuestros pueblos demandan respuestas que permitan ser una guía en tiempos inestables. Tal conocimiento es vital para posicionarse en los días venideros. Nuestra grey demanda un mensaje claro pues, al no recibirlo, busca orientación en la multitud de voces que pueblan el valle globalizado donde vivimos.

La Iglesia precisa palabra inspirada, entretanto, la sociedad anhela la manifestación de un pueblo que responda a sus necesidades e incertidumbres.

Entendemos que con este mandato JESÚS nos encomendó predicar el evangelio en todo el mundo y hacer discípulos en todas las naciones.

Deseando llevar a cabo la gran comisión, es bueno analizar el desempeño de la Iglesia en nuestros días, obviando el mensaje ideal –que en teoría conocemos– proponemos internarnos en aquel que es real, es decir, las voces y los contenidos que surgen desde nuestros púlpitos.

Evaluando con sinceridad el estado de las ovejas (2) y analizando el nivel de impacto que la Iglesia produce con su vida y mensaje en nuestra sociedad, podemos determinar si avanzamos por el camino cierto o nos encontramos detenidos por la debilidad de una anemia espiritual, producto de la falta del “pan de vida”. Incluso, descifraremos si hemos sido invadidos por el mensaje ajeno y malvado de un enemigo que habla nuestro idioma (3).

Hablemos de lo que hablamos, de cómo, qué, dónde, cuándo y a quiénes nos dirigimos.
Hablemos de nuestros silencios: aquellos mensajes omitidos u olvidados.
Proponemos meditar sobre nuestro mensaje, el real, cotidiano y verdadero y, en caso de una lectura crítica, exponer aquel que deberíamos enarbolar en estos tiempos.
Rompamos el silencio que algunas veces se oculta detrás de multitudes de palabras vacías.
Analicemos el mensaje que predicamos, razón, pasión y objetivo de nuestro llamado.

“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa,
pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes
de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable;
vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios;
que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia,
pero ahora habéis alcanzado misericordia.”
1ª Pedro 2.9-10 (RV1960)

  1. “Voz que decía: Da voces. Y yo respondí: ¿Qué tengo que decir a voces?” Isaías 40:6ª (RV1960)
  2. “Sé diligenteen conocer el estado de tus ovejas, Y mira con cuidado por tus rebaños.” Proverbios 27.23 (RV1960)
  3. “Entonces dijo Eliaquim hijo de Hilcías, y Sebna y Joa, al Rabsaces: Te rogamos que hables a tus siervos en arameo, porque nosotros lo entendemos, y no hables con nosotros en lengua de Judá a oídos del pueblo que está sobre el muro.
    Y el Rabsaces les dijo: ¿Me ha enviado mi señor para decir estas palabras a ti y a tu señor, y no a los hombres que están sobre el muro, expuestos a comer su propio estiércol y beber su propia orina con vosotros?
    Entonces el Rabsaces se puso en pie y clamó a gran voz en lengua de Judá, y habló diciendo: Oíd la palabra del gran rey, el rey de Asiria.
    Así ha dicho el rey: No os engañe Ezequías, porque no os podrá librar de mi mano.” 2ª Reyes 18.26-29

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