CANTEMOS LOS SALMOS QUE DICEN ¡EL SEÑOR REINA!

| 2 noviembre, 2015

Nadie hubiera pensado hace cien años que para estas fechas lo religioso tendría alguna incidencia en la vida de las sociedades.

Para Inicios del Siglo XX todo hacía pensar que, en el mundo de los hombres, ya no había lugar para ningún Dios, pero en la segunda década del Siglo XXI, las lealtades religiosas aparecieron marcando diferencias útiles para muchas causas. Esto obliga a los creyentes, los que temen y aman a Dios, a estar muy atentos a las voces y las imágenes que se levantan buscando capturar sus lealtades. Otras causas, otros intereses, reclaman la atención del creyente para conseguir apoyo para sus planes.

He asistido a muchos Te Deum, un tipo de liturgia de gratitud a Dios y en reconocimiento de su majestad y su soberanía, que en la práctica funciona como regulador de la temperatura entre la Iglesia y el Estado. No se trata de nada inventado recientemente, en los pueblos antiguos, las grandes festividades siempre reunían estos dos polos, y servían también para lo mismo.

Los estudiosos de Los Salmos nos dicen que fácilmente se puede leer en ellos que hay salmos para favorecer al rey y salmos para ubicarlo, y todos sirven para que el pueblo sepa que no son lo mismo. En los primeros se lo ensalza, se pide que triunfe sobre sus enemigos, se lo reconoce como El Ungido y se aplaude lo que hace.

En los segundos se toma otra ruta para llegar al puerto deseado: Se dice directamente que Dios es Rey…, y el rey es parte del pueblo.

Uno puede imaginar la composición de una festividad, con gran despliegue de gente, de tropas, de música y colores y perfumes. Las mejores galas y los gestos más reverenciales hacen del conjunto una ceremonia que impresione a la gente y deja satisfechos a los protagonistas. La casa real y la casta sacerdotal se lucen y, todo lo demás es cotillón.

Entonces aparece el medidor de temperatura. ¿Qué se dice? ¿Qué se canta?

Seguramente podríamos sumarle también quién lo dice y quiénes cantan como para acentuar el efecto, pero quedémonos con lo primero nomás.

Si estamos en el antiguo Israel y las relaciones entre los protagonistas son cordiales, entonces podríamos elegir cantar el Salmo 20 y el 21, “por cuanto el rey confía en Jehová, y en la misericordia del Altísimo no será conmovido”.

Se reafirma el trono, la función sacerdotal se exhibe bendiciendo en público a las autoridades y se auguran tiempos de bonanza. Todos contentos y la gente se va a su casa comentando lo lindo del espectáculo, lo bien que cantó el coro, y la ropa nueva de príncipes y princesas y algún disparate que nunca falta en esos eventos populares.

Pero puede ocurrir que la relación entre el sacerdocio y la casa real pase por un momento tenso, y no hay acuerdo. Por ejemplo, según Isaías 31, el rey busca una nueva alianza con Egipto para salvarse de otros enemigos y no encuentra apoyo entre los sacerdotes y profetas porque el Faraón se enseñorearía de ellos.

Pero las festividades llegan en su fecha habitual, y esta vez qué será lo que se dice y lo qué será lo que se cante. Alguno dirá que conviene leer la Ley, según Deuteronomio (Dvarim) 17 digamos: “pondrás sobre ti al que Jehová escogiere. De entre tus hermanos pondrás rey sobre ti y no podrás poner sobre ti a hombre extranjero que no sea tu hermano. Pero él no aumentará para sí caballos, ni hará volver al pueblo a Egipto con el fin de aumentar caballos, porque Jehová os ha dicho: No volváis nunca por ese camino.”

Los levitas proponen entonces cantar una serie de salmos que la gente conoce bien:

-Cantemos los de Jehová Reina, -se escucha, y algunos lo empiezan a cantar.
* Salmo 93 “Jehová reina; se vistió de magnificencia”
* Salmo 97 “Jehová reina; regocíjese la tierra, alégrense las muchas costas”.
* Salmo 99 “Jehová reina; temblarán los pueblos”.

Se sabe que el rey se sentirá desafiado, que no es tonto y va a entender bien el mensaje. Pero se supone también que el pueblo va a cantar con gusto ese mensaje desafiante.

Quizá todavía hay quienes sostienen que todo lo que está ligado a la política no tiene nada que ver con la fe. No es tan sencillo sostenerlo seriamente si uno cae en la cuenta que en la Biblia aparece tres veces más la palabra REY que la palabra JESUS. Parece que la relación entre lo que creemos y lo que vivimos aparece en el modo en que nuestras sociedades lo digieren y lo expresan.

No me voy a dedicar en este artículo a subrayar aquella diferencia histórica entre los que prefieren vivir en un país que lucha y los que conciben esto como una colonia próspera, ni tampoco me voy a extender alertando a los consumidores diciéndoles que los que subrayan el caos es porque venden seguridad. Pero sí me pareció oportuno compartir este relato de las dificultades que enfrentamos cuando expresamos nuestra fe en un medio social concreto.

Si hablamos de lo individual, entonces las expresiones cúlticas pueden tener casi cualquier forma, pero si dentro de una comunidad organizada, como una ciudad o un país, nos ponemos a pensar seriamente qué incidencia tiene nuestra lealtad a lo que creemos sobre nuestras elecciones, entonces necesariamente nos encontramos con que los sistemas no registran que hay Dios ni que hay que cuidar al hombre, sólo buscan hacerse invulnerables a cualquier sentido de misericordia, de dignidad humana o de temor de Dios.

Las ganancias, las diferencias de clase, de raza o entendimiento del mundo se vuelven nuevos dioses ante los que no debemos postrarnos.

 

Julio Lopez

Julio César López
Pastor en Belgrano
Iglesia Presbiteriana San Andrés

 

 

 

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Categoria: BIBLIA, Edición 16 | Nuestro mensaje, entrega 17, Teología

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