FE ACTUAL

| 31 octubre, 2016

La lucha de los cristianos en nuestros tiempos: obedecer a Jesús o sucumbir a los mensajes de la cultura imperante.

San Lucas 18: 1-8
En aquel tiempo Jesús les enseñó a sus discípulos con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse: “En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban las personas; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: ‘Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario’. Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: ‘Yo no temo a Dios ni me importan las personas, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme'”. Y el Señor dijo: “Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?”.

Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra? Esta es la pregunta de Jesús con la que concluye nuestra lectura del Evangelio. En la Epístola que acompaña al Evangelio de hoy (1), San Pablo, ya anciano, le escribe a Timoteo, que era un pastor joven, animándolo a permanecer firme en lo que había aprendido. Le recuerda que había conocido las Sagradas Escrituras desde la niñez y que en ellas podía encontrar la sabiduría que conduce a la salvación mediante la fe y a estar siempre preparado para hacer el bien. Al principio de esta carta le recordaba que su abuela y su madre lo guiaron en el camino de la fe (2). Algo, esto último, que debería hacernos pensar en el privilegio y responsabilidad de algunos de nosotros que hemos nacido en un hogar en el que la fe pasó de nuestros abuelos/as (y de más atrás todavía) a nuestros padres y de ellos/as a nosotros y luego de nosotros y nosotras también a nuestros hijos e hijas.

Puedo recordar, todavía con emoción, el día en que uno de mis hijos me vino a pedir consejo con respecto a su trabajo. Había descubierto cláusulas que consideraba poco éticas en ciertos contratos cuya negociación le había sido encargada por la empresa en la que, hacía apenas un año, había ingresado con muchas expectativas de progreso. Sencillamente me dijo “Viejo (3), voy a renunciar, esto no está de acuerdo con lo que yo aprendí, no fui criado para esto, no algo que yo pueda hacer y quedarme tranquilo…” Era un tiempo difícil, no era sencillo volver a conseguir un buen empleo en el área específica de su profesión, y de hecho tuvo que dedicarse a otra cosa por varios años, pero la semilla de la fe que había sido sembrada había dado fruto en una vida con una escala de valores distinta, que prefería sufrir una pérdida antes que ceder y seguir el camino fácil. Testimonios como este pueden multiplicarse por cientos de miles. Lo que hace la diferencia entre un estilo de vida y otro es la fe. Tiene que ver con el Dios a quien servimos, distinto de los dioses a los que sirve este mundo y como consecuencia, tiene que ver con la correcta relación con el prójimo al que se nos llama a amar y servir.

Las palabras del anciano Pablo son vehementes, llega a reclamar un juramento, conjura a Timoteo a ser alguien que con vida y palabra dé testimonio de esa fe (4). Le dice que, aunque muchos se aparten del camino y prefieran seguir en pos de cualquier ideología mentirosa que satisfaga sus ambiciones, él permanezca firme, que resista, que no ceda, o como es común decir en Argentina, que no afloje. Frente al egoísmo, el amor al dinero, la jactancia, la soberbia, la ingratitud, la impiedad, el desenfreno, la indiferencia, la crueldad (5) que nos rodea, no basta saber, hay que actuar, hay que manifestarse, hay que ser valiente, hay que permanecer en la fe.

Permanecer firme en la fe no tiene que ver con los ritos que cumplimos en la iglesia, ni con la aceptación intelectual de la doctrina, ni mucho menos con la idea de alcanzar méritos que conducen a falsas seguridades. Es mucho más, es algo que tiene que ver con la vida toda del seguidor de Cristo. La fe no es algo que se practica en los momentos de emergencia cuando nos sentimos amenazados por alguna catástrofe. La fe de la que se nos está hablando es una fe activa que vive y lucha por los valores del Reino de Dios. Seguir el camino de la fe, ser un seguidor de Cristo, es estar en una lucha permanente en favor de la justicia y esto implica la resistencia contra todo lo que atenta contra la vida y la dignidad de los seres humanos, significa decir un no rotundo al fanatismo, la intolerancia, el sectarismo, la prepotencia y la soberbia.

Frente a una escala de valores sustentada en el egoísmo y el individualismo, en medio de los condicionamientos y los chantajes del entorno y a pesar de la fuerza persistente de los vientos que soplan, el cristiano, la cristiana, acepta formar parte de una minoría que va en contra de la corriente, que no se rinde, que se sostiene en la fe, que contra viento y marea está dispuesta a seguir a Cristo en el servicio de sus hermanos y hermanas más pequeños, aunque esto signifique la burla de los que caminan en el camino de la estupidez generalizada, de los conformistas, de los que se han rendido a la filosofía del sálvese quien pueda.

En el confuso mundo nominalmente cristiano, hay quienes desistieron y renunciaron a la lucha optando por la aceptación del sistema, asumiendo que la justicia no existe. Otros aceptaron entrar en la rueda del facilismo y con ello, al tiempo que olvidaron las necesidades de justicia a su alrededor, dieron la espalda a Dios y su justicia. Algunos eligieron el silencio, manteniendo su lugar en la sociedad, callando y guardando distancia frente al clamor por justicia. También están los que decidieron involucrarse en las artimañas del sistema buscando aprovecharse de él en su propio beneficio. En medio de este repaso mental de estas y otras muchas opciones equivocadas que a diario tratan de seducirnos, nos llega la pregunta pronunciada por Cristo: cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?

Muchas veces nos preguntamos de dónde sacaremos fuerza para mantenernos firmes en la fe y seguir adelante. El seguidor de Cristo se sostiene en la oración. La oración es la otra cara de la perseverancia de la fe. Esta perseverancia está ilustrada por la parábola que ha sido llamada “de la viuda y el juez injusto”. La historia narrada no necesita mucho comentario y nos traslada a la realidad de nuestro mundo de todos los días. La lección de la parábola es muy simple: no rendirse frente al desánimo. Dios oye la oración que clama por justicia, Dios oye el clamor por el “Venga tu Reino”. Dios está unido a nosotros, o quizás sería mejor decir que nosotros estamos unidos a Él, en el dolor y el anhelo por un mundo sin injusticia, ni guerra, ni política sucia, ni traficantes de muerte, ni crímenes contra la humanidad. Por un mundo sin exclusiones ni excluidos/as, por un mundo donde reine la verdadera paz, con justicia y dignidad.

La oración cristiana madura no es sólo pedir por nuestros, las más de las veces pequeños, propios dolores cotidianos. Es una oración ante todo comprometida con el “santificado sea tu nombre”, “venga tu reino”, “sea hecha tu voluntad”. Es una oración que piensa en el pan de cada día como el bien, el Shalom de Dios para todos los seres humanos. La oración que se sostiene en la fe se compromete con los sentimientos de Dios y es compromiso de vida porque esta oración no es monólogo, es también escucha. La oración no es hablar en soledad, no es un monólogo, es hablar con Dios y hablando con él es entrar en sus sentimientos más profundos con respecto a nuestro mundo y a nuestra realidad.

Tener fe implica tener la certeza de que a pesar del pretendido poder omnímodo del sistema que corrompe el mundo y los dolores e injusticias en nuestra convivencia humana, la Justicia de Dios se hará presente, y desde esa certeza renovar nuestra manera de pensar y nuestra manera de actuar procurando avanzar cada día, juntos y juntas, hacia la utopía de un mundo distinto. Y en cada acto de búsqueda y en cada pequeña concreción de justicia, nos iluminará un destello del Reino prometido por Dios en Cristo.

La lucha del patriarca Jacob (6) durante toda la noche mientras intentaba cruzar el río nos ilustra la oración de la iglesia que parecería durar una noche interminable en la que las tinieblas y la lucha que no comprendemos hacen que, muchas veces, pensemos que no nos alcanzarán las fuerzas para continuar. Pero, podemos estar absolutamente seguros, la luz del amanecer llegará inexorablemente, las tinieblas no triunfarán.

  • 2ª a Timoteo 3:14-4:5
  • 2ª a Timoteo 1:5
  • “Viejo, vieja”. Expresión afectuosa usada familiarmente para hablar al padre o a la madre en Argentina.
  • 2ª a Timoteo 4:1-5
  • 2ª a Timoteo 3:1-5
  • Génesis 32: 22-31 (Primera lectura del día)

 

Angel Furlan

Ángel F. Furlan
Pastor de la Iglesia Luterana Unida en Argentina y Uruguay

 

 

 

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Categoria: Edición 18 | Los mensajes, Editorial, entrega 5, Reflexiones

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