EL GÉNERO APOCALÍPTICO (parte 5)

| 22 julio, 2018

Aporte de la literatura apocalíptica: tres ejemplos: Hay evidencias convincentes de que los autores bíblicos conocían la literatura apocalíptica. Muchos de los términos e ideas del Nuevo Testamento se aclaran por ver su trasfondo en el mundo de los autores intertestamentarios: hijo de hombre, Mesías, reino de Dios, el hombre de maldad, el Anticristo, la resurrección, el juicio final, nueva creación y nueva Jerusalén. Judas alude expresamente a 1 Enoc en v.6 (cf. 1 En 6:1-12; 10:4-6,12) y v.14 (1 En 1:9), y en su v.9 aparentemente alude a un texto perdido de Asunción de Moisés. En 2 Pedro aparecen muchos de los mismos temas y argumentos de Judas, pero sin referencias directas a la literatura extra-canónica.

Para ser más específicos, veamos tres casos del Apocalipsis en que la literatura apocalíptica aclara el sentido del pasaje:

(1) Apocalipsis 2:17 promete “el maná escondido”, frase que no se puede aclarar adecuadamente del Antiguo Testamento. Pero una tradición judía afirmaba que cuando el templo fue destruido por Nabucodonosor, Jeremías (2 Mac 2:4-6; o un ángel 2 Bar 6:5-10) escondió el maná del arca en una cueva, donde Dios lo estaba conservando hasta los días del Mesías. Oráculo Sibilino (7:149) promete que al venir el Mesías, los fieles “comerán con blancos dientes el maná cubierto de rocío” (cf. OrSib 3:622-3, 5:283-285 y 8:203-205). Un escrito contemporáneo del Apocalipsis lo describe con más detalle: 

La tierra dará su fruto diez mil veces más, sobre cada vid habrá mil ramas y cada rama producirá mil racimos, y cada racimo producirá mil uvas, y cada uva producirá un coro de vino [220 litros]. Y los que habían pasado hambre se gozarán, y verán maravillas todos los días. Vientos saldrán de delante de mí a llevar cada mañana fragancia de frutas aromáticas, y a final del día nubes destilarán el rocío de salud. Y pasará que en ese mismo tiempo los tesoros del maná volverán a descender de lo alto, y comerán de él en esos años, porque son los que han llegado a la consumación del tiempo (2 Baruc 29:3-8).

Es muy probable que Juan alude a esta veta de la tradición apocalíptica con su frase “el maná escondido”. 

(2) Quizás el más grande rompecabezas del Apocalipsis es el misterioso “666” de 13:18. Nada en el Antiguo Testamento nos ayuda a entender este número símbolico, pero podemos encontrar una clave valiosa en la literatura apocalíptica. Estos autores antiguos utilizaban mucho un método hermenéutico llamado gematría (o “guematría”), que se basaba en la suma de los valores númericos de las letras de determinado nombre. Los hebreos y los griegos no tenían números (dígitos), como los que heredamos de los árabes, sino tenían que utilizar las letras del alfabeto como números. Y entonces les interesaba sacar la suma matemática de las letras de un nombre, casi a modo de un apodo. Para dar un ejemplo muy sencillo, el nombre “Aba” sumaría cuatro (1+2+1) o como “Abba” sería seis (1+2+2+1). En una pared entre las ruinas de Pompeya, ha aparecido un romántico mensaje que dice, “amo a aquella cuyo número es 545” (Coenen 1983 tomo 3:183). 

Es muy interesante encontrar en un escrito contemporáneo con Juan de Patmos, Oráculos Sibilinos 5, un resumen de “la desdichada historia de la raza latina” desde los tiempos de Alejandro Magno hasta el emperador Adriano, que no nombra a ninguno de los emperadores sino los identifica por el valor númerico de la letra inicial de su nombre:

5:12: el primero de los caudillos, la suma de cuya letra inicial será de dos veces 
diez (César),
5:14: y tendrá su primera letra correspondiente a la decena (Julio);
5:15: tras de él ha de gobernar aquel a quien correspondiere la primera de las 
letras (Augusto);
5:21: [el siguiente] tendrá la inicial del número trescientos (Tiberio) …
5:28: El que tiene por inicial el número cincuenta [Nerón] será soberano, terrible 
serpiente…
5:40: un hombre de cabello ceniza con la inicial del cuatro [Domiciano], etc, hasta 
Adriano.

Un pasaje de Oráculos Sibilinos 1, de claro origen cristiano, utiliza la gematría para designar a Cristo con el número de 888:

Entonces el hijo del Dios poderoso llegará hasta los hombres, hecho carne…Tiene cuatro vocales y en él se repite la consonante. Yo te detallaré la cifra total: ocho unidades, otras tantas decenas sobre aquellas, y ocho centenas que a los hombre incrédulos revelarán su nombre… (1:323-330)

Los detalles y la suma corresponden al nombre Iêsous (10+8+200+70+400+200). Esto parece ser el paralelo m;as cercano al Apocalipsis 13:18, tanto por el tipo de gematría como también por el contraste entre Cristo y la bestia. Cristo es más que perfecto (777 más 111); la bestia pretende ser perfecto pero queda corto en un triste 666. 

Aunque este trasfondo no llega a precisar la identidad de aquel cuyas letras suman 666 (o la variante textual, 616), da fuertes razones de suponer que 13:18 es un caso de gematría. Con las debidas reservas, la mayoría de los intérpretes ven una referencia a “César Nerón” en letras hebreas (QSR NRWN: 100+60+200 +50+200+6+50; cf. Coenen 1983 tomo 3:184).

(3) Otro pasaje sumamente debatido ha sido el del reino milenial (Apoc 20:1-6). El pasaje es muy oscuro y controversial, y el resto de las evidencias bíblicas tampoco nos da mucha ayuda. Pero encontramos numerosos pasajes parecidos en la literatura apocalíptica y rabínica que distinguen entre un reinado mesiánico, de duración limitada, y el reino final de Dios (cf. Díez Macho 1984 tomo 1:376-388). Ese reino mesiánico se entiende como intrahistórico (dentro del tiempo de la historia humana) y sobre esta tierra. Esta veta de tradición ofrece tres paralelos con Apocalipsis 20: (1) Satanás es atado por un tiempo determinado; (2) hay un reino penúltimo e interino de paz y justicia (usualmente, mesiánico), también por un tiempo limitado y (3) al final Satanás (o Beliar, etc) será soltado para un asalto final, en el que será derrotado y destruido. Todos esos elementos abundan en la literatura judía. 

Pasajes apocalípticos muy antiguos describen un reino de perfecta paz y justicia en esta tierra, dentro del tiempo y la historia, previo al reino eterno de Dios (Jubileos 23:16-30; 1 Enoc 91:1-14; 93:12-17; 96:8; Salmos de Salomón 17:26-46; 18:1-12). En 2 Enoc, contemporáneo con Juan de Patmos (ca. 70 d.C.), el autor proyecta los siete días de la creación en siete épocas de la historia de mil años cada una. En el séptimo período de mil años Dios bendice toda su creación (32:2), y el octavo (la eternidad) será de descanso y un volver a la creación (“para que el octavo día fuera el primero…para que el día del domingo pueda repetirse indefinidamente” 33:1). Parece que el séptimo día significa un penúltimo sábado, que duraría mil años, antes de la eternidad (octavo día).

De aproximadamente la misma época, la tercera visión de 4 Esdras (ca. 90 d.C.) plantea claramente un reino mesiánico, en la tierra, de duración limitada y previo a la eternidad. El texto precisa que durará específicamente 400 años: “Mi hijo el Mesías será revelado con los que lo acompañan, y los que quedan se regocijarán por 400 años” (7:28; cf Gén 15:13). Al final de ese período el Mesías morirá, junto con todos los vivientes, y por siete días el mundo vuelve a su silencio original. Después seguirán la resurrección y el juicio final, que durará siete años (7:43). El escrito no parece conocer otras funciones del Mesías. Las diferencias con el Apocalipsis son muy grandes e importantes, pero este texto apocalíptico es otro testimonio de la existencia de tradiciones de un reinado mesiánico penúltimo.

Díez Macho ha llamado a 2 Baruc (90-100 d.C.) “el libro que mejor refleja la doble concepción: reino mesiánico en este mundo y reino de Dios en el mundo futuro del más allá”, separados para la resurrección general (1984 tomo 1:379). El autor describe el reino mesiánico preliminar como “el tiempo de mi Ungido” (72:2; 30:1; cf 29:3), cuando “el gozo será revelado y el descanso aparecerá, y la salud descenderá como rocío, y la enfermedad desaparecerá, y el temor y la tribulación pasarán de entre los humanos, y la alegría envolverá a la tierra. Y nadie morirá prematuramente” (73:2). El bello pasaje citado arriba (2 Bar 29:4) describe también las bendiciones de este período.

Todos estos documentos contemplan un reino mesíanico, en esta tierra, con principio y fin, seguido después por el reino eterno de Dios. En 2 Enoc se le asigna mil años, igual que en el Apocalipsis; en 4 Esdras es de 400 años. En los escritos rabínicos, posteriores al Nuevo Testamento pero sin duda con raíces en tradiciones de esa época, proliferan los comentarios sobre ese reino mesiánico, al que casi siempre se le asigna un período definido de duración. Con interpretaciones alegóricas de las escrituras hebreas, los rabinos ofrecen la más exuberante variedad de cálculos del tiempo de ese reinado: 40 años, 60 años, 70, 90, 100, 354 años, 365, 400, 600, 1000, 2000, 2460, 4000, 6000, 7000, y hasta 365,000 años (Strack Billerbeck 1926 tomo 3:824; Ford 1992:832). 

Si sólo una parte de esas interpretaciones circulaban en tiempos de Juan, nuestro profeta tenía mucha tradición en que basar su propia versión y muchos cálculos entre los que podía escoger. De esa increíble multiplicidad de cálculos, como de todas las evidencias al respecto, podemos concluir que estas expectativas de un reino mesiánico (un “milenio” de la duración que fuera) estaban muy extendidas, pero también que los cálculos de su duración (como los “mil años” de Apocalipsis 20) no se entendían literalmente.

Fuentes apocalípticas describen también la atadura de Satanás (Beliar, Semihazeh, etc), por un período limitado, a veces como preparación para el reino mesiánico (cf. Apoc 20:1-3) En 1 Enoc 10:4-8 Azazel es encadenado de manos y pies, echado en un hoyo en el desierto, y Dios manda tapar el hoyo con piedras ásperas y agudas (10:5; cf. 13:1), hasta el día de juicio cuando será lanzado al fuego (10:6). Dios ordena a Miguel atar al ángel caído Semyaza bajo los collados por setenta generaciones, hasta su juicio final cuando será enviado al abismo de fuego (10:12; cf. 18:16). Los astros que cayeron están atados por diez millones de años (21:6; cf. 18:16; 90:23). También según Testamento de Leví, el Mesías (“un nuevo sacerdote”, 18:4) atará a Beliar (18:12) y habrá paz y alegría en la tierra (18:4,13-14). No habrá más pecado (18:9) y el Mesías abrirá las puertas del paraíso a los fieles (18:10-11).

Es evidente que había mucha tradición judía detrás de Apocalipsis 20:1-10, que algo de esa tradición era conocido por Juan, y que él escribió aquí para ayudar a los cristianos de Asia Menor a entender dicha tradición. Pareciera que uno de los propósitos de Juan era el de dar para los fieles una relectura de las diferentes corrientes de pensamiento apocalíptico que circulaban. En este caso, bien hubiera podido no hacerle caso a las tradiciones de un reinado mesiánico preliminar, o hubiera podido rechazarlas y refutarlas. Parece que optó más bien por reinterpretarlas cristológicamente. 

Conclusión: Los estudiosos de la Biblia hemos recibido tres bendiciones muy especiales en el último siglo y medio. Una, desde finales del siglo XIX, fue el descubrimiento de miles de papiros, mayormente en las cálidas arenas de Egipto. Estos ayudaron inmensamente a la crítica textual del Nuevo Testamento a lograr un texto griego mucho más fiel y aportaron mucha información importante para la interpretación bíblica. La segunda bendición, ya muy famosa, consistió en los valiosísimos documentos de la comunidad de Qumran. Hoy día, sería una irresponsabilidad pecaminosa pretender interpretar la Biblia de espaldas a todos estos nuevos conocimientos que iluminan y aclaran el texto inspirado. 

Pero para entender los textos apocalípticos de la Biblia, una tercera riqueza es igualmente significativa y útil. En ese mismo siglo y medio se han descubierto, reconstruido textualmente, publicado e interpretado los escritos apocalípticos, muchos de los cuales eran parte del mundo de Juan de Patmos y de su mentalidad. Nuestro libro de Apocalipsis pertenece a este género literario y sigue sus reglas de interpretación. Si queremos entender el último libro de nuestra Biblia, nos conviene tomar muy en cuenta esta vasta biblioteca con su mundo mágico de imágenes, y aprender a interpretar el libro de Apocalipsis conforme a su género literario. Eso es parte de nuestra fidelidad a la palabra inspirada de nuestro Dios.

Bibliografía

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Strack, Hermann y Paul Billerbeck, Kommentar zum Neuen Testament Tomo III (Munich: C.H. Beck’sche, 1926).

Juan Stam
Misionero en Costa Rica por más de 45 años.
Doctor en Teología por la Universidad de Basilea, Suiza.
Profesor, por muchos años, del Seminario Bíblico Latinoamericano.
Escritor, autor de varios libros y artículos.

 

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