POR SUS FRUTOS LOS CONOCERÉIS

En los momentos de crisis es cuando mejor se revelan las personas.

La actitud que se tenga durante nuestro paso por el mundo depende en gran parte de la herencia cultural, en nuestro caso la judeo-cristiana.

En el cristianismo tenemos dos mandamientos básicos, heredados del judaísmo y compartidos también con los hermanos del islam: amar a Dios sobre todas las cosas, y servir al prójimo como a uno mismo. Los problemas están en cómo estos se asumen. Y de ello depende la dignidad con la que se enfrente la vida y también a la muerte.

El relato bíblico sobre los hermanos Caín y Abel ilustra cómo el egoísmo y la creencia de creerse con mayores merecimientos puede conducir a actitudes criminales, incluso para con personas cercanas.

El evangelio de Mateo aporta la enseñanza de que, en el día del juicio final, la salvación no corresponderá a quien se diga cristiano, sino para los que en verdad hayan servido al prójimo necesitado, sin importar haya o no sabido de Cristo (Mt 25. 31-46).

Lamentablemente ha sido un fenómeno muchas veces repetido que el revolucionario ateo, convencido que no habrá otra vida, al caer en manos de cuerpos represivos prefiera morir antes de delatar a compañeros de lucha; y que el cristiano, ratón de iglesia, que se dice “salvado” y con entrada segura al Cielo, se aferre a la vida con dientes y uñas, delatando y cometiendo las mayores bajezas.

Los evangelios nos enseña, que no siempre quien obra conforme a la voluntad de Dios, es quien siempre lo está invocando: “Señor, Señor”. Se puede dar grandes muestras de fervor religioso, con modalidades según la iglesia a que se pertenezca. Dar voces de “Aleluya”, “Gloria a Dios”, cantar sentidos himnos, dar saltos, temblar. O cumplir penosas promesas, hacer ayunos, secesiones de rezos, retiros espirituales, y hasta de renuncia a los pequeños placeres de la vida, como una simple taza de café. Pero la fe sin obras es muerta.

En momentos de crisis es cuando mejor se evidencian quienes actúan conforme a lo que enseñara Jesús. Guerras, pandemias como la que ahora se padece, crisis humanitarias por hambrunas y calamidades naturales, ponen a prueba quienes en verdad son los que obran para hacer presente el Reino de Dios y su Justicia.

Como cubano me corresponde dar ejemplos de mi país sobre actitudes ante la vida y la muerte. La guerra para independizar a la isla de España costó miles de vidas en los campos de batalla y se sufrió barbaries, como el bando de concentración decretado por el general Valeriano Weyler, por el cual millares de familias campesinas fueron llevadas a las ciudades para que no pudieran dar apoyo a los insurrectos y, sin ningún amparo público, morían por inanición. La acción criminal de ese gobernante, no dejó resentimientos contra la nación que él representaba. Una generación más tarde, casi un millar de cubanos fue a luchar por el pueblo español, en las filas del Quinto Regimiento, en su mayoría comunistas ateos, que ofrendaban sus vidas a la otrora Madre patria, sin espera de recompensas “en el más allá”.

¿Quién es más agradable ante Dios? ¿Qué acciones se corresponde más a la voluntad, de que la Justicia del Cielo reine también en la Tierra? Pregunta en verdad difícil. En Cuba, los curas españoles elevaron sus plegarias, rogando por el éxito de las tropas moras que invadieron su patria. Los obreros cubanos, no rezaban. De sus míseros salarios, en momentos de crisis económica, hacía aportes para sufragar el envío de voluntarios a España. No hacían cantos ni rezos en latín. Pero ellos, y hasta sus hijos e hijas, cantaban “Carmela”, “El Quinto Regimiento”, “El Ejército del Ebro”, y coplas como “La mujer de Paco Franco no cocina con carbón…”.

Altos ejemplos de altruismo los dan, en el presente, los profesionales de la salud que en cada país luchan contra el Covid-19. Por su sentido del deber arriesgan sus vidas por salvar las de otros. Pero más loor y gloria corresponde, a mi juicio, a quienes por solidaridad lo hacen en otras naciones, como los médicos cubanos de las brigadas internacionalistas Henry Reeves y los estadounidenses de Médicos sin Frontera. Católicos, protestantes, santeros, ateos o de cualquier otra creencia, obran en servicio al prójimo y, según el citado evangelio de Mateo, esto es lo que vale ante Dios.

Lamentablemente tenemos ejemplos negativos dentro de quienes se dicen servidores de Dios, pero han aprovechado los miedos a la pandemia para ofertar supuestas protecciones sobrenaturales. Los evangelios nos enseñan que también en época de Jesús hubo malhechores que abusaban de la credulidad pública.
El Evangelio de Mateo (7. 15-23) contiene un pasaje sobre cómo Jesús calificó a esos individuos:

  • 15 «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.
  • 16 Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos?
  • 17 Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos.
  • 18 Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos.
  • 19 Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego.
  • 20 Así que por sus frutos los reconoceréis.
  • 21 «No todo el que me diga: “Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial.
  • 22 Muchos me dirán aquel Día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?”
  • 23 Y entonces les declararé: “¡Jamás os conocí; = apartaos de mí, agentes de iniquidad!”

Esto es bueno recordárselo a quienes se presentan como profetas y apóstoles, realizadores incluso de supuestos milagros, y que esquilman a sus fieles y los inducen a dar apoyo político a los más nefastos candidatos.

A quienes obran con tales hipocresías, Jesús los denunció como lobos rapaces. Si procediéramos como él hoy lo haría, nuestro deber es enfrentarlos.

Como antes decía, en los momentos de crisis es cuando mejor se revelan las personas. Por las redes sociales se da a conocer ejemplos heroicos, como el cura italiano a quien sus feligreses compraron un respirador artificial y, a costa de su vida, lo entregó a un joven por considerar que tendría mayores posibilidades de salvarse.

Si en vez, de ser un sacerdote católico, hubiera sido un judío ortodoxo, primero tendría que haber sopesado las enseñanzas de los grandes rabinos sobre cómo proceder cuando, de dos vidas, solo una puede salvarse. Primero está la obligación de protegerse, de modo de no perder lo dado por Dios. De otra parte, considerar que por decisión errónea se pierdan ambas vidas.

El sacerdote, consciente de cómo debe actuar un ministro de Cristo, no perdió tiempo con disquisiciones filosóficas ni teológicas: tuvo claro que el deber de la iglesia es servir, y dio su vida.

De haber sido un cura falangista, posiblemente hubiera considerado que la función de la iglesia no es servir al pueblo, sino ser merecedora de todos los privilegios y preservarse a toda costa. De ahí quizás la razón del caso escandaloso, de un obispo y varios sacerdotes que usaron un ardid para ser de los primeros en recibir la vacuna.

Los ejemplos citados sobre el egoísmo de personas, se dan también a nivel de naciones. Los países del Primer Mundo, que por su desarrollo tecnológico y acumulación de riquezas han tenido la posibilidad de desarrollar o comprar vacunas, hacen usos egoístas de estas, privando de su acceso a naciones que, por su situación de pobreza y los efectos del cambio climático, su población es la más vulnerable. Los llamados a la cooperación y la solidaridad hechos por diversas organizaciones sociales alrededor del globo parecen no haber importado a gobiernos y trasnacionales.

En los campamentos de refugiados, con hacinamientos, mala alimentación, falta de condiciones higiénicas, la presencia de distintas enfermedades, entre ellas, la tuberculosis, y la insuficiente asistencia médica, es impredecible el daño causará el coronavirus.

También es preocupante la situación en países como los del África subsahariana, donde el Covid-19, en comparación, es un mal menor, menos letal que las hambrunas ocasionada por la desertificación de sus antiguos campos de cultivo y por desplazamientos masivos para huir de guerras y acciones genocidas.

La situación en el continente americano también es alarmante. Las personas que por estar sumidas en la pobreza resultan las más vulnerables, resultan de poco valor para los políticos, que poco les importa que mueran. Malos gobernantes han tomado decisiones que equivalen a genocidios. Personas mueren en sus casas y hasta en las calles, por no haber capacidad en los hospitales ni disponibilidad de oxígeno.

Los pueblos originarios son los más desprovistos de servicios médicos. En la Amazonia, algunos prefieren que no les lleguen, pues más que a la pandemia, temen la llegada de cualquiera a sus territorios luego de haber sido víctimas de las quemas de grandes extensiones de la selva –pulmón del planeta– y de asesinatos masivos para disponer las trasnacionales de sus tierras ancestrales.

Si trágica es la situación en países del Tercer Mundo, también lo es para muchos en el llamado Primer Mundo. La población con empleos informales, prefiere salir a las calles y arriesgarse al contagio, que morir por la carencia prologada de ingresos económicos. Los inmigrantes ilegales, cuando enferman, evitan acudir a un hospital por el riesgo a ser deportados.

El hambre y las enfermedades oportunistas asociadas con ella generan en el mundo varios millones de muertes cada año. Esto no es objeto de reacciones mundiales. Para la prensa no constituye noticia por ser algo consuetudinario. A fin de cuentas, ocurre fuera de nuestra vista, por lo que es fácil ignorarlo. El Holocausto costó la vida a seis millones de judíos y con toda razón es una vergüenza para la humanidad. Pero hay más de cinco millones de personas muriendo en Yemen por inanición, y ni siquiera importa como noticia.

Una reacción muy distinta es cuando la amenaza de muerte toca a nuestras puertas. El Covid-19 ha tenido de positivo convencer a muchos de que la vida después de la pandemia debe estar organizada sobre nuevas bases. En numerosos encuentros y conferencias virtuales se ha dicho que es un llamado de Dios a la Humanidad para que reflexione y cambie de conducta, a semejanzas de la misión encomendada al profeta Jonás, enviado a la ciudad de Nínive, capital de un pueblo extraño, centro de un poderoso imperio, y que no conocía a Dios, pero que no por ello El ignoró, y conminó a su población a cambiar.

Lamentablemente, muchos de quienes afirman que después de la pandemia la sociedad debe ser diferente, solo les interesa dar buena imagen en los medios de comunicación, y con ello afianzarse en sus situaciones de poder. Simple babosería. Demagogia barata. No apoyan programas de acción para en verdad construir un orden social más justo. Sin importar la pandemia, en muchos países de la América Latina impera la corrupción, y es noticia casi a diario el asesinato de líderes sociales, de periodistas y de defensores de los derechos humanos, y las privatizaciones de recursos naturales que deben ser propiedad de todos. Y hay iglesias que se dicen cristianas pero utilizan sus influencias para dar apoyo a las fuerzas políticas que oprimen y saquean.

Jesús no obró así. Dedicó tiempo y esfuerzos a los excluidos de la sociedad. Cuando único entro en contacto con las esferas del poder político, económico y religioso, fue ya para ser juzgado y crucificado. Nos dejó el anunció de que un mundo mejor es posible, donde la justicia de Dios impere en la tierra.

Godofredo Alejandro de Vega
Teólogo e historiador cubano protestante.

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