MOVIMIENTO

De la serie La Cháchara: Teología patas arriba#220

MO-VI-MIEN-TO. Jesús fundó un movimiento, por esto, su llamado favorito era, “síganme”, no, adórenme. La “adoración”, aunque es una categoría del evangelio, somos dados a leerla desde la estática griega. Seguimiento implica movimiento, el movimiento siempre trae crecimiento pero, sospecha de la fórmula, muere cuando se vuelve monumento, institución. En la historia de la iglesia, aún del pueblo de Israel en el AT, cuando el movimiento se vuelve monumento se hace necesaria la renovación, la vuelta a una fe sencilla que propenda por los valores de la misericordia, el amor y la justicia.

Hay al menos dos características importantes en la historia de los movimientos de renovación, de reformas o de avivamientos.

PRIMERA. Los movimientos de renovación nunca surgieron desde los centros de poder institucional sino desde la periferia y la marginalidad. En el AT, por ejemplo, la conciencia crítica sobre la necesidad de renovación surge dentro del movimiento profético (periférico y marginal, a excepción de Isaías), no desde el sacerdocio o el poder monárquico. Aún el famoso movimiento de Josías tiene que valerse de una profeta, marginada social y por su género, para dar sentido al texto encontrado. Parece ser que a la institucionalidad, por inercia y miedo a perder lo conquistado (el poder), le es casi imposible la autocrítica y la capacidad, por si sola, de renovarse. Por esto, tal vez los tres pecados de la institucionalidad son la estabilidad, la protección, a ultranza, de la ortodoxia (el dogma) y el miedo al cambio. No es casualidad que el reformador siempre sea categorizado como desestabilizador, rebelde y hereje (un desviado de la ortodoxia, de la “sana doctrina”). Por esto, hay que sospechar cuando las instituciones hablan de renovación sin incluir a “todas las voces”, generalmente lo que se está buscando no es la renovación sino, en nombre de la estabilidad, la continuación de lo que ya se viene haciendo; “es vino viejo en odres viejos”. Jesús inicio un movimiento de reforma dentro del judaísmo de su tiempo, pero, lo hizo desde la periferia, desde la marginalidad. ¿Cómo terminó? Bueno, ustedes saben. No fueron los homicidas, los ladrones, los estafadores y los adúlteros, sino los cultivadores de una moralidad superior (“la gente de bien”), quienes finalmente mataron a Jesús, lo hicieron en nombre de la defensa de Dios y la institución. Con Pablo también pasa lo mismo; con Lutero, pasó lo mismo; con los reformadores radicales, pasó lo mismo; con el movimiento pietista, pasó lo mismo; con Wesley pasó lo mismo, cuando le prohibieron predicar en “el púlpito oficial”, entonces declaró aquella famosa frase: “el mundo es mi púlpito”; con los movimientos pentecostales no fue distinto. Y es que, el conservadurismo institucional y religioso está lejos del espíritu profético y creativo de Jesús. Como dijo Andre Lorde: “las herramientas del poder nunca servirán para desmantelar el poder”. Lo curioso es que los que celebramos a los reformadores del ayer, somos los que más sospechamos de los reformadores de hoy.

SEGUNDA. Una segunda característica de los movimientos de renovación, es la lectura fresca y existencial de la Escritura. Jesús no negó las Escrituras, las leyó de otra manera, el discurso programático en Lucas 4 es un ejemplo de ello. Pablo no negó las Escrituras, las leyó de otra manera, fue una lectura abarcante e incluyente, en contraste con una lectura cerrada y excluyente de su tiempo. Pablo, artesano y pensador, tuvo una idea loca para su tiempo: se le metió en la cabeza que Dios, en Jesús, quería salvar a los enemigos, a los gentiles. La religión institucionalizada, había construido un muro, Jesús con su vida, tumbó el muro y construyó un puente. Lutero no negó las Escrituras, las leyó de otra manera, cuestionó la lectura oficial. Lutero, monje agustino rebelde, “descubre” la sentencia “la justificación es por la fe”, el asunto es tan sencillo como complejo: es la fe en Jesús la que justifica, no la institución y su parafernalia. El movimiento pentecostal no niega la Escritura, la lee de manera distinta, hace a Dios “experimentable”, más allá del conservadurismo doctrinal y la sentencia… “tiene que ser así porque así lo hemos creído”. Todos son casos claros de como la experiencia cuestiona la creencia, la modifica o la cambia. El conservadurismo siempre va a acusar al reformismo de “querer cambiar la Biblia”, pero, realmente lo que se está “cambiando” no es el libro sino la forma de verlo y leerlo. Como dijo Gustav Mahler: “la tradición no es la adoración de la cenizas, sino la preservación del fuego”. En la sana tensión entre “lo cambiante versus lo permanente”, es importante recordar que lo cambiante “son las cenizas”, lo permanente es “el fuego”. Necesitamos leer la Biblia hacia Jesús, como una gran trama que nos lleva a él, y como Jesús, leerla para buscar escenarios de entrega y servicio. Necesitamos que nuestra lectura de la Biblia también viva su “kenosis”, una lectura no colonizadora y más salvadora, una lectura que nos recuerde que la gran vocación, no es la de llegar a ser “cristianos”, sino humanos, como Jesús. Leer la Biblia “desde el otro filo de la espada”, leerla como un espejo que nos invita a la autocrítica constante y no como una espada que llevo contra los demás. La fe necesita crecer, desarrollarse, renovarse; para esto, necesita cambiar, el cambio no puede ser simplemente una continuidad del pasado, no sería cambio. La gente en el tiempo de Jesús había hecho de la ley y el templo monumentos, habían perdido movimiento. Las nuevas generaciones, que recibimos el testimonio de la pasada, necesitamos seguir corriendo hacia delante. Necesitamos hoy, como ayer, una fe en MO-VI-MIEN-TO.

Jovanny Caballero Doria
Pastor en el Centro Familiar Cristiano (Cartagena, Colombia)

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Categoria: Biblia, BIBLIA, Edición 24 | Fortalezas y Debilidades, entrega 6

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