LA MISIÓN DE AYER Y DE HOY

| 5 julio, 2021 | Responder

Esta ha sido la experiencia de las comunidades cristianas desde sus inicios: proclamar el mensaje del evangelio con hechos y palabras.

Textos bíblicos: Hch. 3:13-15 y 17-19 / Sal 4 / 1 Jn 2:1-5 / Lc 24:35-48

Una vez decidió Dios visitar la tierra
y envió a un ángel para que inspeccionara la situación antes de la visita.

Y el ángel regresó diciendo:
“La mayoría de ellos carece de comida;
la mayoría de ellos carece también de empleo”.

Y dijo Dios:
“Entonces voy a encarnarme en forma de comida para los hambrientos y en forma de trabajo para los desempleados”.

La misión de la iglesia siempre ha sido la misma y distinta a la vez en cada situación. Hay momentos en que la iglesia debe ser pan, hay otros en que debe ser palabra; otros en que debe ser medicina, otros en que debe ser empleo. Pero siempre ha de ser una voz profética que resista al mal y promueva la vida.

Sin resurrección no hay misión

El texto de Lucas tiene sus paralelos en los cuatro evangelios. En Lucas, se establece una conexión entre la aparición de Jesús a sus discípulos en Jerusalén con el episodio de los caminantes a Emaús, quienes, según este evangelio, fueron los primeros en tener un encuentro personal con el Resucitado cuando regresaban a su aldea, aunque ellos manifiestan que el Señor también se le había aparecido al apóstol Pedro. Mateo no registra esta narración de la aparición de Jesús redivivo a su comunidad en una casa en Jerusalén. Mateo nos lleva a Galilea, a la región donde comenzó todo, al origen de la misión de Jesús, y desde allí se pronuncian las palabras que comisionan a la primera comunidad cristiana como una comunidad misionera, anunciadora del evangelio de Jesucristo.

Marcos menciona las apariciones del Resucitado en este orden: primero a María Magdalena, después a dos discípulos que iban camino al campo (quizás los caminantes de Emaús) y finalmente a los “once” en una casa. En ese encuentro, Marcos también refleja las palabras de Jesús en torno a la misión de la naciente iglesia y hace énfasis en las señales que acompañaran a esa comunidad en el desempeño de la misión: echarán fuera demonios, sanarán enfermos, serán librados de todo peligro y hablarán nuevas lenguas, esta última señal anticipando ya el derramamiento del Espíritu Santo el Día de Pentecostés.

En esta narrativa, los cuatro evangelios tienen en común algunos elementos: la reacción de temor e incredulidad en los discípulos ante los primeros anuncios de la resurrección e incluso ante la presencia del propio Jesús. Según Lucas, Jesús tuvo que pedirles comida y sentarse a la mesa para que se convencieran que no estaban viendo un fantasma. Esto refuerza el contraste que se establece entre los primeros testigos de Jesús y su mensaje, y quienes creerían en Jesús por el anuncio de estos. En la versión de Juan este aspecto es bien remarcado en las palabras a Tomas: “bienaventurados quienes sin ver, creyeron”. En otras palabras, el acento de este relato es colocado, en el conjunto de los evangelios, en la tarea evangelizadora de la iglesia, en la necesidad de dar testimonio de Jesús para que otros crean y se salven. Y este es el segundo elemento en común que tienen estos pasajes.

El Pan de la Palabra y el Pan de la Mesa

Un tercer elemento común a estos relatos de las apariciones del Resucitado es el vínculo indisoluble entre el mensaje proclamado con palabras y el mensaje proclamado por medio del partimiento del pan. Estas constituyen las señales fundamentales del testimonio cristiano, expresadas en todas las dimensiones que abarca la misión de la iglesia: la enseñanza, el servicio, la predicación, el culto, la vida en comunidad. De este modo, Lucas establece la relación entre el relato de los caminantes a Emaús y la aparición de Cristo a su comunidad en Jerusalén. Tanto en uno como en otro episodio hay un momento en que se comparte el Pan de la Palabra y el Pan de la Mesa.

En el camino a Emaús, Jesús conversa con sus compañeros de viaje recorriendo el testimonio de las Escrituras sobre el Mesías de Dios que habría de venir, morir y resucitar. Cuando llegaron a la casa, y en el momento del partimiento del pan, ellos reconocen al Maestro. Después, en la casa en Jerusalén, Jesús come delante del grupo allí reunido y acto seguido retoma esta enseñanza recordando a sus seguidores todo lo que estaba escrito sobre él en la Ley de Moisés, los Profetas y los Salmos. Sus palabras concluyen con el envío de su comunidad a proclamar este mensaje por toda la tierra, comenzando en Jerusalén. Para ello, los creyentes deberían esperar ser investidos con el poder del Espíritu Santo.

Esta ha sido la experiencia de las comunidades cristianas desde sus inicios: proclamar el mensaje del evangelio con hechos y palabras. Para ello ha sido importante una relectura de las Escrituras desde la vida y enseñanza de Jesús. La mención de la Ley, los Profetas y los Salmos muestra la conexión que las iglesias han tenido siempre con las tradiciones judías, lo cual se evidencia fundamentalmente en la conformación del culto cristiano. Leer estas porciones de las Escrituras era y sigue siendo parte de la liturgia de las sinagogas hebreas. A estos textos, las iglesias añadieron después las lecturas de las cartas del Nuevo Testamento y los evangelios. Todas estas lecturas se fueron combinando hasta nuestros días en la elaboración de la liturgia cristiana.

De ahí que siga siendo importante que en nuestros cultos y actividades no solamente sigamos leyendo la Biblia desde Jesucristo como “llave de entrada” sino que la podamos leer en el conjunto de la revelación divina que ella contiene, escuchando sus diferentes voces, historias, vivencias de fe, testimonios de la acción de Dios en la vida de personas, pueblos y comunidades. De este modo, el texto bíblico puede seguir siendo un texto relevante, cercano y pertinente para nuestros días, para nuestro propio caminar, muchas veces inmersos también en los temores, la incredulidad, la falta de esperanza en nuestros días.

En el culto cristiano, el Pan de la Palabra es inseparable del pan de la Mesa, el primero nos prepara para el segundo. La Palabra nos recuerda las enseñanzas de Jesús, la Mesa nos invita a poner en práctica esas enseñanzas, a actualizar en nuestras acciones el ministerio de Jesús. La misión de la iglesia es dar continuidad a la misión de Jesús: anunciar su reino de amor, paz y justicia, y vivir ese reino en gestos palpables donde el pan se comparte, donde el servicio responde a necesidades concretas, donde el acompañamiento restaura la esperanza y la fe, donde el amor se expresa en el acto de seguir caminando, sanando y celebrando juntos.

La misión de la iglesia es la misma y distinta a la vez

El texto de Hechos en su capítulo 3 nos presenta el segundo discurso público del apóstol Pedro después de la sanación de un hombre cojo en la entrada del templo de Jerusalén. En sus palabras, Pedro se remite a las Escrituras, a Moisés y a los Profetas, para demostrar a sus oyentes que ellas dan testimonio de Jesús, el Cristo de Dios, Autor de la vida, a quien ellos, quienes le escuchan en ese momento, negaron y crucificaron. A este Jesús, continúa Pedro, Dios le ha resucitado de entre los muertos y sus discípulos dan testimonio de ello.

Pedro afirma, recordando las palabras de perdón dichas desde la cruz, que aquellos que condenaron a Jesús cruz no tenían plena conciencia del acto que estaban cometiendo, no podían comprender la magnitud del suceso que estaba en pleno desarrollo. Ellos ignoraban que una muerte atroz y violenta pudiese convertirse en germen de vida y esperanza para muchos. Pedro les convoca, finalmente, al arrepentimiento y la conversión para el perdón de los pecados, actitudes que podrían acarrear tiempos de consuelo para el pueblo.

La predicación del apóstol tiene algunos ingredientes que sería bueno destacar. Primero, la remisión a los textos sagrados del pueblo que escucha, a la fuente que orienta la fe y la conducta de sus oyentes. Segundo, la confrontación de las personas con su propio pecado, con su propia responsabilidad buscando un cambio en su manera de pensar y actuar. Es necesario tomar conciencia de la necesidad del arrepentimiento y la conversión como caminos de esperanza y restauración. Tercero, el anuncio de nuevos tiempos donde Dios enviará su consuelo.

La proclamación del evangelio de Jesús ha de ser un mensaje donde estén presentes la denuncia del mal y el anuncio de la salvación. Necesitamos ser constantemente confrontados por la palabra de Jesús a fin de que podamos reconocer nuestros errores y así poder recomenzar de nuevo. Asumir nuestra responsabilidad histórica, reconocer el hecho de que somos parte de una realidad de sufrimiento, violencia y muerte es la única manera en que podemos construir una nueva historia donde el consuelo, la paz y la restauración que provienen de Dios cobren cuerpo en nuestra realidad cotidiana.

Pedro tenía delante de sí a quienes habían formado parte de un acontecimiento injusto y cruel, les confrontó con su pecado y les ofreció la posibilidad de reconstruir sus vidas y comenzar a escribir una nueva historia. Nosotros hoy, en nuestro anuncio del evangelio de Jesús también nos posicionamos en una sociedad y un mundo donde siguen produciéndose acontecimientos que niegan la vida, el bienestar y el futuro a millones de personas. Jesús, el Autor de la vida, sigue siendo negado y crucificado de muchas maneras. De ahí la urgencia de continuar denunciando las raíces y manifestaciones concretas del mal en nuestros días, al tiempo que anunciamos la posibilidad de tiempos de justicia, consuelo y paz como resultado de una conversión constante al Dios de la Vida y a la Vida que proviene de Dios.

Emilio Castro, pastor y misiólogo del Uruguay, nos dejó estas palabras:

Indiscutiblemente, el mensaje cristiano es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Pero el contenido concreto de ese mensaje debe variar continuamente, si ha de ser comprensible y pertinente, porque el Evangelio está dirigido a los individuos en todas sus diversas circunstancias sociales y familiares. El Evangelio es el mismo, pero el sermón que nuestro Señor dio en la sinagoga de Nazaret no fue el mismo que dio en el templo de Jerusalén.

La iglesia de Jesucristo, en obediencia al Señor Resucitado, sigue compartiendo hoy el Pan de la Palabra y el Pan de la Mesa aunque en circunstancias bien diferentes a las de aquellos discípulos temerosos a quienes Jesús confió la misión de ser comunidad del reino, prolongación de sus palabras y gestos en medio de la historia. El desafío siempre estará delante de nosotros, ¿cómo compartir el Pan de la Palabra y el Pan de la Mesa en tiempos de Covid-19? ¿Cómo comunicar y vivir el consuelo de Dios en medio del sufrimiento, la incertidumbre, la muerte y la desesperanza? ¿Cuáles son las formas en las cuales seguimos hoy negando y crucificando la vida, esa que el Creador nos pidió cuidar desde el comienzo del mundo?

Mis hermanos y hermanas, la misión sigue siendo la misma, los tiempos son cambiantes y cada situación histórica pone a prueba el grado de compromiso, la creatividad y la capacidad de respuesta de las iglesias en el cumplimiento de la misión que Jesús nos confió. Por eso, siguen siendo vigentes las palabras del apóstol Pablo en su carta a la iglesia de Roma:

Por lo tanto, hermanos, les ruego por las misericordias de Dios que presenten vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro verdadero culto. No se conformen a este mundo, sino transfórmense por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprueben cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.

El mundo cambia más no el mensaje del Evangelio. La realidad nos desafía más no debemos conformarnos a la realidad sino transformarla. La resurrección es lo que hace posible la misión de la iglesia, la resurrección es la garantía de que en medio de la incredulidad y el temor es posible renacer, recomenzar, abrazar el futuro de Dios. Y el Resucitado camina a nuestro lado, nos alimenta con su pan y su palabra, y su Espíritu renueva nuestras fuerzas. ¡Amén!

Amós López Rubio
(La Habana, 1970)
Doctor en Teología por el Instituto Universitario ISEDET, Buenos Aires
Pastor de la Fraternidad de Iglesias Bautistas de Cuba (FIBAC).
Decano del Seminario Evangélico de Teología de Matanzas, Cuba
Colabora con otros seminarios e instituciones teológicas en América Latina y el Caribe. Investiga y escribe en áreas de la teología pastoral, el ecumenismo y las teologías latinoamericanas.

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Categoria: Edición 24 | Fortalezas y Debilidades, entrega 8, MINISTERIOS, Misiones

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