LA PARÁBOLA DE LA VIUDA Y EL JUEZ INJUSTO

Breves reflexiones sobre ciertos aspectos del pensamiento de Jesús

El Evangelio según San Lucas 18.1-8 contiene una de las parábolas más conocidas pronunciadas por Jesús, la historia de la viuda insistente que acude a un juez injusto (inicuo, como dicen ciertas versiones antiguas de las Escrituras) impetrando justicia. El relato no presenta complicación alguna en sí; la viuda consigue su objetivo, pese a las reticencias iniciales del juez, debido a su inagotable perseverancia.

Y ello da pie a que podamos profundizar en algunos rasgos interesantes del pensamiento de Cristo presentados en el texto que pudieran tal vez pasar desapercibidos, dos concretamente, que el propio Jesús, como buen maestro, plantea al final de la narración en forma de pregunta. La primera la hallamos en el versículo 7 y presenta la estructura de un doble interrogante: 

“¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles?”

Jesús no ignoraba que el mundo es injusto, especialmente con los menos favorecidos, con los más débiles, de los cuales la viuda de la historia es un ejemplo bien escogido. Viudas y huérfanos eran en las sociedades antiguas, también en Israel, los estratos sociales más expuestos a abusos y atropellos, los que menos seguridad podían tener en lo referente a su integridad física o moral. No entra Jesús en disquisiciones filosóficas ni míticas acerca del origen de la injusticia en las sociedades humanas, no pretende explicar el porqué de tales situaciones. Lo único que hace es apuntar al siempre delicado tema de los trágicos silencios de Dios ante los atentados contra la dignidad humana, pero remitiéndolo al futuro: ¿Dios no hará? ¿Se tardará?.
El sorprendente realismo de Jesús le hace orientar la respuesta divina hacia un porvenir de claros tintes escatológicos. Dicho de otro modo, no parece esperar intervenciones divinas en el tiempo presente de la historia, donde conviven la debilidad y la injusticia, donde quienes ejercen el poder o tienen altas responsabilidades civiles y jurídicas (como el juez de la parábola) no siempre están a la altura ética de los cargos que ocupan. Pero en ocasiones, aunque sea solo por hastío o por la inercia de las cosas, la justicia se cumple, encuentra su lugar, máxime si las víctimas de injusticia son perseverantes en sus alegaciones. 

Jesús concibe esta Tierra como un lugar en el que sus discípulos, sus seguidores, sus hijos (los escogidos de Dios) transitan en medio de grandes tribulaciones, con el clamor como única arma eficaz. Comprenderíamos, pese a todo, muy mal este pasaje si hiciéramos de él una plataforma de pasividad, un alegato a favor de no hacer nada ante los atropellos o las tropelías. Desvirtuaríamos por completo el mensaje de Jesús, que es claramente de denuncia contra la maldad, siguiendo el estilo de los antiguos profetas de Israel. Jesús percibe la realidad de sus discípulos, de la Iglesia, como una oración permanente, un perpetuo planto ante Dios Padre pidiendo que haga justicia, no con una actitud de brazos cruzados, escapismo intelectual (¡y hasta teológico!) muy cómodo, sino en tanto que leitmotiv del cristianismo. No es posible ser discípulo de Cristo sin orar, sin dirigirnos al Padre, sin clamar por las injusticias, propias o ajenas, y actuar en consecuencia. 

Y la respuesta es inmediata: 

“Os digo que pronto les hará justicia” (Versículo 8a

¿Creía verdaderamente Jesús en un Reinado de Dios que se manifestaría de inmediato, como una irrupción de lo divino en lo humano? (así Albert Schweitzer y sus epígonos del siglo pasado y del actual) ¿O simplemente remite el adverbio “pronto”, en griego en takhei, al tiempo de Dios, tan diferente del nuestro? Sea como fuere, Jesús cree firmemente en que Dios tiene la última palabra sobre las injusticias humanas y que sus oscuros silencios de hoy serán una sentencia definitiva mañana. Es decir, transmite esperanza para los más débiles, para los que sufren, para sus propios seguidores que se hallan en condiciones de indefensión. Jesús es optimista en este sentido; realista, sí, pero esperanzado y esperanzador.

La segunda pregunta, sin embargo, plantea otro asunto. Leemos en la segunda parte del versículo 8: 

“Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” 

De nuevo con esta pregunta Jesús dirige nuestras miradas a lo que en griego se dice éskhaton, o sea, los eventos finales, y más concretamente a la Parusía, su Segunda Venida a esta tierra en gloria y majestad para poner el punto final a la historia humana. Pero ahora no se trata de esperanza, no se trata de certeza, sino de duda. Una duda terrible, máxime si tenemos en cuenta que el texto griego de San Lucas no dice literalmente “hallará fe”, sino “hallará LA fe”, es decir, la disposición al seguimiento de lo que Jesús había enseñado. ¿Vislumbraba Jesús un futuro trágico para la humanidad en el que las injusticias, las agresiones contra los más débiles y los prolongados silencios divinos harían que nadie creyera en su mensaje? ¿Temía Jesús por la integridad de sus discípulos, por su fidelidad al evangelio, por su consagración a su persona como Hijo de Dios e Hijo del Hombre? 

Esta pregunta queda deliberadamente en el aire, sin respuesta. No lo dudemos, San Lucas es un gran autor, sabe escribir, sabe suscitar reflexiones y pensamientos en el oyente/lector de su obra. No se trata de que Jesús no viera con claridad el futuro del cristianismo en el mundo (son múltiples los pasajes del Nuevo Testamento que sugieren una clara presencia de los discípulos, de la Iglesia, en el devenir histórico hasta el fin de los tiempos), sino de que cada discípulo, desde los que escucharon de sus labios la parábola hasta quienes la leemos hoy y quienes la leerán en tiempos futuros, responda para sí mismo. Existirá la fe mientras tú y yo la profesemos, la confesemos, la vivamos. 

La injusticia durará tanto como dure el mundo; la fe también. Jesús, dentro de su enorme realismo, es, por un lado, optimista, vislumbra un futuro glorioso para los que hoy son débiles y viven presiones y hasta persecución, y por el otro desea implicar a los suyos en la tarea de difundir esperanza. 
Ser cristiano es un desafío, todo un reto. Puede que nada fácil, pero sí apasionante. Merece la pena vivirlo.

1 Las citas bíblicas se toman siempre de la versión RVR60. 

Texto tomado de la revista digital Anawin, y usado con permiso. Facebook: @Anawinrevista | Mail: anawinrevista@gmail.com 

RVDO. JUAN MARÍA TELLERÍA LARRAÑAGA 
Presbítero ordenado y arcipreste 
Delegado diocesano para la educación teológica en la Iglesia Española Reformada Episcopal (IERE), perteneciente a la Comunión Anglicana 

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Categoria: Biblia, BIBLIA, Edición 24 | Fortalezas y Debilidades, entrega 11

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