¿DÓNDE BUSCAMOS A DIOS?

| 28 diciembre, 2021 | Responder

¿Dónde colocaremos nuestra ofrenda?

Textos bíblicos: 1 Reyes 17, 10-16; Marcos 12, 38-13, 2

El relato evangélico de la ofrenda de la viuda pobre ha sido generalmente leído como una historia de inspiración para la vida de cada cristiano y cristiana en cuanto a su deber de contribuir financieramente para el sustento de la obra de la iglesia. La viuda pobre que ofrece en el arca de la ofrenda del templo de Jerusalén su único sustento, ha pasado a la historia como ejemplo de conducta ejemplar que todo creyente en Jesucristo debe imitar, una lección viva y perdurable de desprendimiento, de entrega, de servicio.

Sin embargo, hay otros elementos en la historia que merecen nuestra atención. Cuando somos conscientes de la situación de vida que tenían las viudas en los tiempos de Jesús, cuando sabemos que el sustento de las viudas debía provenir, como indicaba la ley de Moisés, de los diezmos que los sacerdotes administraban en el templo; cuando recordamos el rechazo de Jesús al templo como institución, así como a las prácticas injustas que allí se cometían fundamentalmente contra el pueblo humilde –solo basta recordar el episodio de la expulsión de los mercaderes del templo- esta historia nos comunica otro mensaje.

En efecto, en aquel templo que de “casa de oración” de había vuelto una “cueva de ladrones”, un lugar donde se comerciaba con la fe del pueblo, donde las autoridades religiosas habían centralizado el único culto verdadero, es allí, en el arca de las ofrendas, donde aquella pobre mujer colocaba todo lo que tenía. La mayor fuente de ingresos de la ciudad de Jerusalén en tiempos de Jesús era el culto religioso. Estos ingresos sostenían a la nobleza sacerdotal, al clero y a los empleados del templo. Los gastos del tesoro del templo –empleados fundamentalmente para la reconstrucción del mismo- y las ofrendas de los fieles piadosos –obtenida sobre todo a través de los sacrificios- ofrecían además abundantes ganancias para los artesanos y comerciantes de la ciudad.

Después de comentar la acción de la viuda pobre en comparación con aquellos que ofrendan de lo que les sobra, Jesús sale del templo. Uno de sus discípulos le dice: “Maestro, mira qué piedras y qué edificios. A lo cual Jesús respondió: ¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra”. El orgullo, la soberbia y la vanidad humana de nuestra época se reflejan muy bien en los edificios que construimos, como nuevas torres de Babel, ya sea un templo, un centro comercial, un hotel, una casa de gobierno. Mientras más imponentes sean, más poder comunican. Seguimos confundiendo a Dios con grandes piedras colocadas magistralmente unas encima de las otras, seguimos admirando boquiabiertos tanta majestuosidad como aquel discípulo de Jesús, y decimos: “Mira qué piedras y qué edificios”. Sin embargo, el mensaje de Jesús es claro: toda institución humana que se construya sobre la base de la explotación, la injusticia o la búsqueda de protagonismo -social, político, religioso-, será destruida, no quedará piedra sobre piedra.

La aversión de Jesús al templo que deja de ser casa de oración no es un dato nuevo en la Biblia. En al Antiguo Testamento, Dios mismo rechaza la idea de que se le construya un templo no solamente porque no tenga necesidad de él, sino porque sabe que el templo puede llegar a sustituirlo, a convertirse en un ídolo. Pero Israel sucumbió a la tentación del templo, porque el templo otorga prestigio y reconocimiento, de hecho el reclamo por un templo obedecía a la necesidad de estar en pie de igualdad con las naciones vecinas, y si Israel proclama al mundo que su Dios es el Dios verdadero, ¿cómo ese Dios no va a tener su propio templo? Un Dios sin templo es un Dios que no existe, no se hace visible, es como si no tuviese poder o reconocimiento.

Los profetas también condenaron el templo porque se había convertido en una institución religiosa aliada del poder de la monarquía, del ejército, de los jueces corruptos. Solo en el templo eran válidos los sacrificios, solo allí el poder de Dios podía manifestarse de una manera extraordinaria, solo allí se era realmente santo. Es curioso como en el texto del profeta Isaías sobre el nuevo cielo y la nueva tierra, no aparece la figura del templo, solo se describe una nueva forma de vida en comunidad, en paz, en armonía, en igualdad, una creación reconciliada que disfruta de justicia, respeto y bienestar, sin necesidad de un templo porque toda la creación será el santuario de Dios.

Las ofrendas y los diezmos también son prácticas que han estado relacionadas con el templo. Ofrendas y diezmos son parte de todo un sistema tributario que la propia lógica del templo genera. El diezmo, de manera particular, es una práctica tributaria que estableció el sacerdocio del segundo templo, el templo reconstruido después que los israelitas deportados a Babilonia regresaron a Jerusalén. El diezmo, entre otras cosas, era lo que hacía posible el sustento y enriquecimiento del sacerdocio, así como las obras propias de mantenimiento y ampliación del edificio sagrado. Por lo tanto, ofrendas y diezmos nunca estuvieron en función del bienestar del pueblo sino de la manutención de un aparato religioso que cada vez más tomaba distancia de las necesidades de las mayorías. Por tal razón tanto el templo como el sacerdocio fueron blanco de las denuncias de los profetas y del propio Jesús.

En este sentido, imagino entonces el rostro de Jesús lleno de indignación, con hambre y sed de justicia, al mencionar aquellas palabras sobre la viuda pobre. Admitir que Jesús estaba alabando a la viuda pobre por su ofrenda es poner a Jesús en contradicción consigo mismo, con su actitud crítica frente a todo lo que el templo representaba en aquel momento. Más que admirar el gesto de aquella mujer, Jesús lamentaba la situación de explotación en la que vivía el pueblo humilde, un pueblo que había sido enseñado para que trajese sus ofrendas al arca del templo y recibir así la bendición de Dios, pero la bendición en realidad iba a los bolsillos del sacerdocio, al sostenimiento de un sistema religioso vacío de sentimientos de justicia, amor y misericordia. “Misericordia quiero, y no sacrificios”, son las palabras del profeta Oseas.

El pastor y teólogo argentino Néstor Míguez, en su comentario a este pasaje, nos dice: “No puedo evitar pensar en mi propio siglo y ver la actualidad de ese evangelio.
¡Cuántos hay que, ahora en el nombre de Jesús, hacen de sus oraciones un espectáculo! Ya no les alcanza la plaza pública: ahora lo hacen por televisión, con candilejas y reflectores rastreadores que los ponen en el centro de la escena, con campañas publicitarias: Vean cómo ora Fulano, oigan qué oración poderosa. Pero no miren cómo se vuelven millonarios con el dinero de las ofrendas, cómo piden más y más ofrendas. Ya se quedaron con muchas casas (incluso en algunos lugares hay juicio por ello). Engañan a la gente: vendedores de ilusiones, anunciadores de una gloria sin cruz, falsificadores de la promesa, que confunden salvación con prosperidad. Ellos prosperan, la mayoría de los que los siguen seguirán viviendo con sus pobrezas y cuitas, y cuando se harten de esperar la riqueza que no les llegará, se irán, vacunados contra el evangelio, más incrédulos que antes. No querrán saber más nada con predicadores y anuncios. No lo digo porque sí: me ha tocado escucharlo de la boca de gentes sencillas. Cuando lo pienso, entiendo más claramente el mensaje y la cólera de Jesús”.

Para Jesús, aquellos que debían ser guías espirituales de su pueblo, vivían de las apariencias, gustaban de usar largas ropas, de ser saludados en las plazas, de usar las primeras sillas en la sinagoga y los primeros asientos en las cenas. Pero aquellos también eran los que devoraban las casas de las viudas. Los maestros de la ley en aquel tiempo también se desempeñaban como abogados y muchos de ellos manipulaban las leyes de acuerdo a sus conveniencias. Como las mujeres eran consideradas indignas e incapaces de administrar los bienes de sus maridos difuntos, los abogados las representaban y así quienes debían proteger los derechos de las viudas más bien sacaban provecho de sus propiedades o se apropiaban indebidamente de ellas, en palabras de Jesús, “devoraban sus casas”.

Este pasaje del evangelio nos deja algunas preguntas: ¿dónde buscamos a Dios, en el templo majestuoso o en el rostro de la viuda pobre? ¿dónde colocaremos nuestra ofrenda, en el arca de los poderosos o allí donde realmente contribuya a la justicia, a la verdad y a la vida? No sabemos si Jesús alguna vez ofrendó en el templo o en algún otro lugar, pero sabemos que entregó su propia vida por sus hermanos y hermanas, por la causa del reino de Dios y su justicia. La ofrenda de la viuda pobre es digna de imitar desde la intención del corazón de aquella mujer, desde su disposición a dar aún en la más grande pobreza, pero al mismo tiempo aquella ofrenda servía para alimentar la lógica de un sistema religioso y político que sustrae la vida y los recursos del pueblo para beneficio de unos pocos.

La ofrenda es útil y necesaria cuando sirve a la causa de la vida y la justicia. El templo cobra sentido cuando es casa de oración, de encuentro, de conversión a Dios y al prójimo, cuando es lugar donde se alimenta la esperanza y donde la iglesia fortalece su compromiso con Jesús y su evangelio, con aquel que fue templo y ofrenda al mismo tiempo, con aquel que nos enseñó que nuestra vida puede ser el mejor templo y la mejor ofrenda para la causa del reino de Dios y su justicia. Termino compartiendo este canto de Raquel Suárez Rodés, pastora de la Fraternidad de Iglesias Bautistas de Cuba:

OFRENDA DE COMUNIDAD

Ha llegado el momento de dar,
este pueblo se quiere ofrendar.
Es su don la unidad, el deseo de amar

propiciando ser comunidad.
Unos van a aportar su consuelo,
otros quieren orar y cantar;
otros van proclamando evangelios,

hay quien quiere al pobre ayudar.

Es la ofrenda, Señor, que te damos,
compromiso de comunidad.
Testimonio al servicio del reino
que en el culto se va a celebrar.

Es la ofrenda, Señor, que te damos,
compromiso de comunidad.
Testimonio al servicio del reino
que en el culto vamos a entregar.

Cada uno ofrece su vida,
cada cual te promete guardar
tu palabra y tus mandamientos
de justicia, de amor y de paz.

Hoy la dicha que estoy compartiendo
es tu cuerpo de resurrección
que te alaba cuando está sirviendo
proclamando con gestos de amor.

Amós López Rubio
(La Habana, 1970)
Doctor en Teología por el Instituto Universitario ISEDET, Buenos Aires
Pastor de la Fraternidad de Iglesias Bautistas de Cuba (FIBAC).
Decano del Seminario Evangélico de Teología de Matanzas, Cuba
Colabora con otros seminarios e instituciones teológicas en América Latina y el Caribe. Investiga y escribe en áreas de la teología pastoral, el ecumenismo y las teologías latinoamericanas.

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Categoria: Biblia, BIBLIA, Edición 24 | Fortalezas y Debilidades, entrega 12

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