EL “JUEGO” DE LOS MINISTERIOS

| 28 diciembre, 2021 | Responder

Las tres Casillas de los ministerios

Competir<-> Complementar/Completar.

Curiosamente, estas tres palabras coinciden con las primeras letras: comp-. Pero las dos últimas, que son las más relevantes, comparten además la segunda sílaba, -ple-. Comple-, para completar la idea. Vayamos a la primera, aunque no es la mejor de las tres.

Competición

En una obra o ministerio pro Reino de Dios, esto es algo nefasto, negativo e improductivo, y aún destructivo. Competir puede ser válido y saludable en otros ámbitos, el deporte y el comercio, por ejemplo. Pero no lo es en lo espiritual, ni en lo ministerial. En una empresa cristiana, que le damos el título de ministerio, no es saludable competir. Se da entre ministerios y entre ministros. Un mal difícil de desarraigar del cuerpo de Cristo. Son verrugas, granos, que están en el cuerpo pero no deberían estar ahí. Son focos infecciosos. Esa competición genera celos y envidias. O más bien, los celos y envidias generan competición. Un círculo vicioso. Se compite para medir fuerzas, como si el Reino de Dios fuera un campeonato o algo similar. Pastores que compiten en número de ovejas (ya tratar a los cristianos como ovejas, además de ser anacrónico, suele ser despectivo. Se rebaja a las personas al nivel de animales, aunque sea metafóricamente). No estoy en contra de la gran metáfora de Jesús, en cuanto a pastor/ovejas, sino al significado que ha tomado hoy día en el pueblo evangélico. Las ovejas han pasado a ser número. Hoy importan más las noventa y nueve que esa una que se salió del redil. Dentro de una congregación, suele haber competencias entre ministerios. Esto erosiona la comunión y neutraliza el poder de los ministerios. Esta primera C es una categoría que debe ser erradicada de los ministerios. A veces los mismos funcionan como células aisladas, como burbujas. Cuando deberían actuar concertadamente y mancomunadamente. Esto nos conduce a la segunda, aunque primera en relevancia, categoría: la Complementación.

Los ministerios del Reino de Dios se complementan entre sí. Son como los órganos del cuerpo humano. Se nutren mutuamente. Cuando un creyente sale de su carril (ministerio) y se ubica en otro, que no es el que Dios le ha dado, se generan disturbios, peleas, competencia. Se retrocede un casillero. El ojo no puede oír; el oído no puede ver. A veces esto ocurre entre personas con dones similares. El problema de estos es que n distinguen dones de ministerios. Se pueden tener los mismos dones pero nunca el mismo ministerio. Esto tiene que ver con el área de acción y de operación y sobretodo de expansión y extensión. En el ajedrez, cada pieza ocupa un solo casillero. Es imposible, en las reglas del juego, que dos piezas ubiquen el mismo espacio o casilla. Si no se tiene en claro este principio de la ubicación, de complementación, es muy probable caer en la competición, es decir, retroceder un casillero. Pero, si nos regimos por ese principio, pasamos al siguiente lugar:

La Completud

Completud, completitud o completez, son palabras con casi el mismo significado. Veamos el más conocido: principio (o fin) de completar algo, sea una empresa o una acción.

La palabra griega traducida perfecto, perfección, es telos, que indica lo completo, lo acabado. Los ministerios se perfeccionan, se completan, solo cuando se complementan entre sí. Cuando esto no sucede, se retrocede un casillero y se regresa a la competencia o competitividad.

Un ministerio es completo (perfecto), no en cuanto a su virtud (si es que la tiene per se), sino por la capacidad lograda. Esto no implica un final, sino un continuar. Lo acabado para Dios indica que se está listo para seguir obrando. El soldado está completo, capacitado, pero para ir a enfrentar al enemigo. O a seguir haciéndolo. Si miramos hacia atrás, al pasado, descubriremos fallas, falencias, errores (horrores), en nuestros ministerios. Pero, hemos sido perfeccionados, completados, en ese andar sirviendo. Hoy podemos decir que estamos más cerca de la perfección, de la completitud. Sin embargo, si empiezan a brotar en nosotros envidias y celos por los ministerios de otros hermanos y hermanas, podemos retroceder un casillero, o dos, mejor dicho, y caer de nuevo en la competitividad.

LOS MINISTERIOS ESTÁN COMPLETOS, PERFECTOS, CUANDO NO COMPITEN ENTRE SÍ; CUANDO SE COMPLEMENTAN.

En el ámbito de los ministerios, complementar es sinónimo de completar. Los ministerios se apoyan y sustentan entre sí. Así deberían operar, en conjunto, mancomunados, relacionados. Porque, en definitiva, todos apuntan al establecimiento del Reino de los cielos en las personas.

Un pastor suele ser, él solo, un ministerio. De hecho, esta clase de servicio lleva su nombre. Esto no es lo que plantea la biblia. Esta estructura suele hacernos caer, y quedarnos estancados, en el primer casillero, el de la competencia.

Cuando dos ministerios-pastores compiten, no están completos, ni se complementan. Porque la competencia genera imperfección (incompletitud). En cambio, si esos dos pastores-ministerio operan complementariamente, llegarán a la completitud. En cuanto al competir, es casi siempre respecto a los miembros, metafóricamente llamados ovejas, aunque creo que el término está obsoleto y descontextualizado. Esos líderes están compitiendo por cada ser humano, supuestamente bajo su cuidado.

EL BUEN LADRÓN

En vez de “el buen pastor”, nos convertimos en el “buen ladrón” de ovejas. Porque hemos logrado cierta pericia en este oficio particular, por no decir otro adjetivo. Vamos a buscar ovejas, no en os sitios donde se han extraviado, sino en el mismo redil ajeno. No vamos por esa “una” de la parábola, sino vamos directo a las otras “noventa y nueve”, que pacen tranquilas junto a su pastor. Así la iglesia no crece, se traslada de un redil a otro, de una congregación a otra. Las iglesias que roban ovejas, crecen en detrimento, decrecimiento, de otras. El mandato, ahora, parece ser: “Robaos los unos a los otros, las ovejas…” Pero ese no fue el mandamiento de Jesús. Al robar ovejas, nos acercamos más al salteador de la otra parábola, la del redil. Ese ladrón no es otro que el diablo, y nadie quiere asemejarse a él. Pero, no hacemos nada para no parecernos a él. Nos posesionamos de las personas, nos enseñoreamos de ellas, tal como, en otro plano y salvando distancias, lo hace Satanás con las personas que posee. Salvando las distancias humano-demonio, cuando se quiere controlar la vida de los creyentes, nos aparejamos con la obra del Diablo. Es también una posesión, con dos naturalezas diferentes, claro. El pastor que piensa que es dueño de las personas de “su” iglesia, está más cerca de Satanás que de Dios. No en términos salvíficos sino operativos. Estos líderes podrán alegar, en su defensa, que el Diablo posesiona para el mal, y ellos para el bien. Pero, ¿es tan maniqueo este asunto? Sin embargo, siguiendo en el nivel operativo, tanto esos pastores como el demonio, pretenden tomar control de las vidas. No sé hasta qué punto ambas son perniciosas. Ambas acciones generan malestar. Una persona endemoniada sufre tanto espiritual como corporalmente (véase el caso del endemoniado de Gadara). El creyente sometido (no sujeto) a su pastor, sufre de otra forma. Sicológica y socialmente. En una posesión demoníaca el sufrimiento es más visible y se da en el espíritu y en el cuerpo. En la “posesión” pastoral, el daño es más sutil y encubierto, barnizado de buenas intenciones a favor de esa persona. Como dije, ese daño se da en el plano social y familiar, en la siquis de la persona. Una dependencia, sea a quien sea (sicólogo, pastor, etc.) lleva a un desequilibrio social.

Cuando se deja de lado ese casillero de robo de ovejas, se avanza un casillero. Se pasa a la complementariedad. Está en buen camino hacia la completud, perfección en términos operativos.

La complementariedad se da en distintos niveles. Uno de ellos es el Alcance.

Hay grupos homogéneos que no son alcanzados por un determinado tipo de ministerio, pero sí por otros. Un determinado grupo social se siente atraído por cierta clase de ministerio. Esto se puede representar bíblicamente con los ministerios de Pedro y de Pablo. El primero se focalizó en los judíos, la llamada circuncisión. El segundo, en los gentiles, la incircuncisión. Los dos tenían dones similares y ambos eran apóstoles. Pero el alcance de ellos era diferente.

Otro nivel es el de la Especialidad.

En el ámbito de la medicina, entre otras profesiones, cada parte del cuerpo, sistema, órgano, tiene su propia especialidad. Un especialista, entonces, es un médico que se focaliza en determinadas regiones de la anatomía humana. Todos los médicos conocen el cuerpo humano, pero el especialista se perfecciona en una parte del mismo. El cardiólogo, en el corazón; el gastroenterólogo, en el aparato digestivo; el neurólogo, en el sistema nervioso, y así hasta completar todo el cuerpo humano. Pero, un oftalmólogo no puede atender a un paciente cardíaco, ni viceversa. Sin embargo, en otro plano, esto sí sucede entre creyentes que ocupan lugares que no le corresponden. Tener el don de sanidad, o de hacer milagros, no habilita necesariamente para el pastorado.

Utilizando la metáfora del ajedrez, temo que estemos jugando un juego parecido, aunque nefasto. Porque en este, las piezas del mismo color se capturan, se comen, entre ellas. Así, nos estamos devorando unos a otros, algo opuesto a la enseñanza del

Maestro. Es una guerra ministerial, donde el enemigo son nuestros hermanos y hermanas. Esto es desde un punto de vista operativo, pero deja consecuencias en el plano espiritual. En esta batalla priman los celos y envidias. Porque envidiamos el casillero que ocupa otro creyente, y queremos estar ahí, por eso lo sacamos. Para eso abusamos de nuestra supuesta autoridad pastoral. Conozco casos donde el pastor puso a su hijo en un lugar del ministerio de alabanza, y sacó al cristiano que ya ocupaba ese sitio. Además, todos notamos la falta de talento de ese hijo pastoral. Porque ser hijo de pastor no está mal, es algo natural. Pero cuando el pastor coloca a un hijo suyo de esta manera, pasa a ser un hijo pastoral, es decir, al servicio del pastor, su padre. Aunque más que padre es también su pastor. Este es un tema muy delicado y complejo, que tal vez necesite todo un tratado. Sigamos, pues, con este “juego” de los casilleros.

Hace un tiempo, se me ocurrió (o el Espíritu me lo ocurrió) dibujar un punto, desde el que salen vectores que se expanden ad infinitum. Noté que entre un vector y otro vecino se formaba un espacio que también tiende al infinito. Van formando un ángulo cada vez mayor. Ese gráfico no solo representa al infinito, ya que desde ese punto pueden salir infinitos pares de vectores, sino que también representa a nuestras prácticas de servicio. Señalan a los lugares que Dios otorga a cada uno de nosotros. Y esos espacios nunca se chocan. No deben confundirse ni sobreponerse entre ellos. El ensanchamiento que se va produciendo entre vectores que avanzan, es el espacio que tenemos para servir al Reino de Dios. Es el territorio de esas buenas obras preparadas de antemano por Dios, para que andemos sobre ellas. El problema aparece cuando, en vez de mirar hacia adelante, al horizonte que el Señor nos preparó, miramos a los costados, a los ministerios cercanos, los de nuestros hermanos y hermanas. Queremos ser como ellos, o en el mejor de los casos, imitarlos. Pero también sacarlos de ahí, para ocupar ese espacio, que no es nuestro. Dios ha provisto un radio de acción y operación para cada uno de sus siervos. Y, como los espacios aéreos determinados para cada avión, así también esos espacios son para cada uno, una en particular, para que nadie invada el espacio del otro. Esos casilleros deben ser ocupados por una sola pieza. Pero tampoco esa pieza está aislada, sino en el gran juego de ajedrez, pero con la conciencia de que somos corporativos, no individualistas.

Conclusión (otra “C”)

De esas tres C, debemos erradicar la primera, la competición. Esta es abominable para el Señor de la Obra (de “la mies”, para usar una palabra de la RV). Y ser conscientes de las otras dos, y ponerlas en práctica.

La complementariedad nos permitirá no caer en la casilla anterior, y por otro lado, nos conducirá a la tercera, la completitud. Así habremos llegado a la meta, al final del “juego”. Sin embargo, a diferencia de un juego real, la completud paradójicamente no se completa. Es un proceso de seguir completándose. Cuando Jesús dijo: Sean perfectos, como el Padre lo es…se estaba refiriendo a una acción continua en el tiempo. Es un imperativo, con una carga semántica muy fuerte y desafiante. Un soldado es perfecto, telos, cuando estaba equipado para la guerra. Algo de esto se describe en Efesios 6, cuando Pablo usa la metáfora de la armadura del cristiano. Los dones (“armas”) se perfeccionan (se completan) en los mismos ministerios (el “campo de batalla”).

En este “juego” de tres casilleros, el avance no se mide por el azar, sino por actitudes y acciones. Parece corto, ya que solo tiene tres casillas, pero dura toda la vida ministerial, la vida misma.

Marcelo Maristany
Escritor, dibujante-ilustrador y tallerista,
Autor de los libros “El quinto riel y otros cuentos”,
“Ensanblados”, “Jaguares”, “Bitácora”, “Onírica” y
una publicación en formato e-book “Ateos y ateos”.
Autor e ilustrador de cuentos para niños: “La Ballena roja”,
“El dinosaurio de la cola puntiaguda” y “¿Cuál es tu secreto?”
Actualmente se congrega en la 2da iglesia de la Unión Evangélica Argentina de La Plata

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Categoria: Edición 24 | Fortalezas y Debilidades, entrega 12, MINISTERIOS

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