SEMBLANZA DE RUBEN MARCOS ORTIZ

| 25 febrero, 2013

Hijo mayor entre cinco hermanos, llevó con dignidad cargas impuestas por la necesidad de sumar algo a la mesa familiar.  Era de la clase trabajadora pero de aquella bien paga, aunque el alcohol le robaba a su padre un sueldo con el que se podía vivir.

Su papá, Hilario Ortíz, era maquinista del ferrocarril, luego bajó a foguista hasta que perdió el empleo, después su familia y por fin su vida. Su madre, Concepción Martos, conocida como doña Mema, recibió el mensaje del evangelio de parte de dos misioneras inglesas de los Hermanos Libres y fue bautizada embarazada de su hijo menor, Juan Carlos.  Luego de unos años y de una sanidad milagrosa pasó a congregarse con los pentecostales italianos de Villa Devoto en la Ciudad de Buenos Aires allá por el año ’40 y con ella algunos de sus hijos.

Rubén se sentía muy perseguido en esa congregación porque él amaba el fútbol y allí no le permitían jugarlo, es así que fue distanciándose de la iglesia.  Recién vuelve, pero a los Hermanos Libres,  cuando se pone de novio con Aida Taccari, que era parte de la congregación de San Andrés, partido de San Martín. Ella tenía dieciséis y él veintiuno.   A los cultos de la mañana no iba porque todo el domingo lo dedicaba al fútbol, asistía a las reuniones de la noche en las que, cansadísimo, se quedaba dormido.

La sanidad de su madre y un año después la de su hermana Rosalía lo pusieron en crisis, estaba mal, tanto que necesitado de un tiempo para pensar  qué hacer con su vida,  se fue en bicicleta con su hermano Juan Carlos a Santa Fe.  Allí, en la iglesia del pastor Domingo Marino, -un legalista al máximo- el grupo de jóvenes incluía entre otros a Omar Cabrera, René Theules y Pedro Genobar. En un culto se cantó el himno “La venida de Cristo se acerca” que tiene un estribillo hermoso: “Pronto viene Jesús a llevarnos a la hermosa mansión celestial” y cantando eso se conmovió y lloró muchísimo. Cuando se levantó ya era otro tipo, por supuesto un tipo pentecostal.  Ahí nomás pidió que llenen la pileta y se hizo bautizar.

Esa conversión tuvo también su lado duro, porque al principio se puso sumamente fanático y legalista.  Rompió todos sus discos de tango, revistas suyas y de su esposa y se negó a seguir tomando vino en la mesa familiar. Pero esa fuerza fue también volcada en su dedicación a la lectura y al servicio.  Coincide todo esto con la llegada al país de Tommy Hicks, un evangelista norteamericano que causó una conmoción en Argentina.  Rubén se metió con todo en la campaña. Casi  no dormía pero no se perdió un día y se llenó de todo ese fervor.  Rubén tenía entonces treinta años y luego en su ministerio se lo vio actuando esa fe y enseñándola con hechos y con el fuego de su mensaje.  Muchos dan testimonio de los milagros que sucedían en esas campañas y predicaciones.

Luego de la campaña, el misionero Luis Stokes compró un viejo corralón de caballos en la calle Hidalgo e invitó a Rubén a trabajar con los jóvenes.

La primera iglesia que fundó fue en San Martín, en una esquina de la calle José C. Paz donde luego quedaría como pastor Pedro Genobar.

Junto con un grupo de chicas bien creyentes y muy valientes armaron un equipo fenomenal para evangelizar en la Patagonia sur.  Con base en Río Gallegos el grupo predicaba el evangelio en Puerto Natales, Punta Arenas y Puerto San Julián.  Rubén y Aida ya tenían dos hijos, Horacio y Mabel,  el resto eran chicas jóvenes con un llamado del Señor. Sarita Anderson con su acordeón, Catalina LaGuardia, Olinda y Elsa Contreras, Elsa Ortíz y Amelia Cejas.  Allí mismo reclutaron a Daysee Ollarzo y a Emilio Figueroa.  Todavía en su vejez los esposos Ortíz visitaron aquellas iglesias que fundaron en su juventud.

También con Sarita Anderson y un grupo de chicas adolescentes entre 15 y 20 años: Chabela  Bezbach, Mary y Marfa Koroluk (luego esposa de Omar Cabrera) trabajaron juntos en la provincia de Corrientes en pueblos y ciudades que recibían bien el evangelio,  pero cuyos dirigentes políticos y religiosos persiguieron duramente a estos misioneros.  Años después se escuchaban en los parlantes de las calles de Curuzú Cuatiá los discos con las canciones  de Rubén y Horacio “Cantando para el mundo el mensaje de Jesús”

El próximo destino fue Pehuajó, donde Rubén se encontró con un pastor que quería solamente hacer unas reuniones en un lugar pequeñito.  Pero Rubén estaba para otra cosa y salió con un megáfono a la plaza y se juntó el gentío.  De allí salió la iglesia con su templo, el único que construyó  Rubén, y que luego pastoreara por años el pastor Giovaninni.  También trabajó mucho en Tres Arroyos para la obra de recomponer una comunidad y fundar otra. De allí salieron los hermanos Nuñez que luego fueron a San Nicolás.

En el año 1965 Rubén y Horacio Ortíz grabaron el primer disco con canciones de ritmos populares y folclóricos.  Fueron 250 copias sin carátula que se vendieron en quince días.  Antes del año ya habían grabado otros tres.  Fueron tan bien recibidos y tuvieron una difusión tal que muchas iglesias tomaban el librito de sus canciones como himnario congregacional.  En total grabaron quince volúmenes.

Su último emprendimiento fue la iglesia de Tigre, a la que lo llamaron para darle carácter y fundamento los hermanos Ramancini que hoy la pastorean.

En todo aspecto fue un gran trabajador, tanto que su hijo Horacio le compuso una hermosa canción donde lo pinta de “sesenta calendarios sin domingos ni feriados, miles de amaneceres con fiaca y sin desayunos”.

De niño tuvo que dejar la escuela en cuarto grado y fue canillita, vendedor de caramelos  en el cine, vendedor de huevos, repartidor de  una fabrica de sombreros.  A partir de los dieciocho años trabajó en el frigorífico Anglo en Dock Sud, fue guarda del tranvía 84, sirvió cuatro años en el ejército en Río Gallegos, fue operario textil y hojalatero.

Falleció a los setenta y dos años. Fue muy amado por todos y siempre se lo recuerda felizmente, tanto por su servicio al Señor y a la iglesia como por su humor, su sinceridad, su generosidad de espíritu y su fe inquebrantable.

Con gran cariño,

 

Julio Cesar López
Pastor en Belgrano
Iglesia Presbiteriana San Andrés

 

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Categoria: Biografías, Edición 2 | Evangelismo, entrega 8, TESTIMONIOS E HISTORIA

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