CREO EN LA SANTA IGLESIA UNIVERSAL

| 16 diciembre, 2013

Es indudable que el término “Iglesia” tiene más de un sentido. Definirlo dentro de expresiones como “Estamos construyendo una iglesia”, “Él es un hermano de mi iglesia”, “En mi ciudad la iglesia es muy grande” o “Cristo viene por su Iglesia”, nos llevaría a sentidos absolutamente distintos. Sin duda el contexto es lo que le aporta el verdadero “qué” a las palabras. No nos interesa definirla en un sentido arquitectónico o denominacional. Nuestra cita hoy tiene que ver con lo teológico, con lo doctrinal. Qué es la iglesia desde la perspectiva bíblica.

La primera vez que el vocablo Iglesia, en griego ekklesia, aparece en el Nuevo Testamento es en Mateo 16:18 cuando Jesús le dice a Pedro que sobre la verdad que acababa de declarar Su Iglesia sería edificada. Sin embargo, para los discípulos este no fue un concepto novedoso. Ellos conocían  bien la idea pues el término ya se usaba para referirse a la congregación de Israel desde la Traducción de los Setenta. Lo novedoso no era la idea en sí misma, sino el hecho de que Jesús  viniera a tener una Iglesia propia. Cuando declaramos: “Creo en la Santa Iglesia Universal” lo primero que reconocemos es que la Iglesia le pertenece a Cristo. No es una institución humana, no la pensó un hombre, no la fundó un hombre, no la gobiernan los hombres. La Iglesia es de Cristo y lo confesamos al decir que es la Santa Iglesia.

Este pensamiento se refuerza cuando las Escrituras llaman a la Iglesia Su novia, Su desposada. Esta relación de pertenencia se debe a que hemos sido llamados por Dios y eso no es poca cosa. La Iglesia, al igual que Israel en su momento, es el pueblo que Dios escogió  para sí. Como dice el Apóstol Pedro: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia.” (1º Pedro 2:9)

Confesar nuestra creencia en la Iglesia Universal es también aceptar que la iglesia es una y esto implica unicidad y unidad. La Iglesia es un ser único, irrepetible, sólo, singular. ¡Por eso es universal! No hay muchas iglesias. Podrá haber muchas denominaciones pero la Iglesia es una. Podrá haber muchas congregaciones locales pero Cristo tiene un solo cuerpo. Conocí la triste historia de un predicador que, es su ignorancia, enseñaba que su congregación era “La Esposa” y el resto de las congregaciones “Las Concubinas”. Tal pensamiento, obviamente ridículo, no es sino el extremo de nuestros enfoques denominacionalistas y sectarios.

Muchas veces me enfrento con creyentes que creen firmemente que el Señor vendrá a buscar a  la iglesia evangélica o que ser evangélico es sinónimo de ser salvo. El Señor viene por Su Cuerpo que es uno sólo y ese cuerpo está formado por todos aquellos que han aceptado Su señorío sin importar el nombre que lleven. Nuestro sectarismo ha lastimado el Cuerpo  de Cristo desde el principio de la era cristiana. “Yo soy de Pablo, yo soy de Apolos, yo soy de Cefas” decían los corintios. “¿Acaso está dividido Cristo?” (1° Corintios 1:12-13) es la pregunta del apóstol. ¿Cuáles son las banderas que harían hoy a Pablo hacernos la misma pregunta? ¿Bajo qué estandartes denominacionales y doctrinales nos alineamos para invalidar así la universalidad de la Iglesia?

Puesto que a pesar de lo antedicho, es innegable la multiplicidad y diversidad existente dentro de la Iglesia, asumir la universalidad de ésta es también reconocer su unidad. La Iglesia es el organismo más complejo y variado que conozco. En él se combinan elementos que en ningún otro ámbito son combinables. Cómo unir el agua y el aceite o el fuego con el hielo. Pues en el Cuerpo de Cristo se unen. Puesto que ser lavados por la sangre de Cristo se constituye en la cualidad más relevante, todas las diferencias (raciales, etarias, culturales, sociales,…) pierden sentido. La cruz,  con su poder de redención, se constituye en el ente unificador por excelencia. Así, entonces, la Iglesia es un organismo universal.

¡Qué novedad la globalización! Todos vemos los mismos programas de TV, escuchamos las mismas canciones, comemos las mismas cosas y vestimos de igual manera. La fe cristiana fue el primer vínculo globalizador: un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos.(Efesios 4:4-6)

No es poca cosa confesar que creemos en la Santa Iglesia Universal. Hacerlo es reconocer verdades profundamente bíblicas, es definir lo que somos, es aceptar nuestra identidad en Cristo. No sabemos quien escribió este credo, mucho menos a quién se le ocurrió la idea de incluir esta frase. Pero sin duda alguna, quien haya  sido entendió un principio que hoy deberíamos gritar a viva voz: SOMOS SUYOS, SOMOS UNO.

 

Gabriela Giovine de Frettes
Profesora del Instituto Bíblico Río de la Plata (IBRP) desde 1993.
Junto a su esposo, Eduardo Frettes, pastorea una Iglesia en Lanús.
Licenciada en Teología en ISUM.
Master en Teología (En curso)
Ingeniería en sistemas (En curso)

 

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Categoria: BIBLIA, Edición 7 | El Credo, entrega 7, Teología

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