IGLECRECIMIENTO: VISIÓN Y AMBICIÓN

| 13 enero, 2014

Diferenciamos varios motivos por los cuales una persona llega a asumir la tarea pastoral. Responder al “llamado” divino debería ser el primero y principal. En segundo lugar encontramos el cumplimiento de otro mandamiento divino, el de amar al prójimo. En última instancia puede aparecer, como motivación, la posibilidad de obtener ciertos beneficios secundarios.

Pasemos a analizar el mentado “iglecrecimiento” a través del filtro de estos tres móviles personales.

Notamos que quien es llamado por Dios al ministerio se le demanda en la Palabra fidelidad e idoneidad (1). Paralelamente Pablo recomienda la capacitación en el buen uso de la Escritura (2). Se añade una lista de requisitos que comparten tanto pastores como otros ministerios (3). Merece observarse el hecho de que no se incluye ninguna condición en el sentido de logros determinados ni resultados numéricos. Es importante esta observación porque endereza nuestra visión: el crecimiento de la iglesia no es condición ni señal excluyente de que ese pastor ejerza un ministerio aprobado por Dios más que otros obreros.

Si bien admitimos que el crecimiento (mal llamado “éxito”) no es una exigencia ni imposición de Dios, podemos suponer que el afán por experimentar el aumento de la congregación responde al amor a las personas (a las que solemos designar “almas”). Porque amamos al prójimo deseamos la salvación del mayor número posible. Visto de este modo, las frases como “alcanzar a los miles”, “conquistar naciones” o “crecimiento ilimitado de la iglesia”, serían expresiones equivalentes a un gran amor a las personas.

Pero no podemos estar ciegos al hecho de que a muchos, afanosos por el éxito, esperan obtener lo que llaman “bendiciones”, entre las que se cuentan bienestar económico, popularidad, viajes, etc. Con esta visión, el crecimiento de la iglesia se relaciona, errónea y directamente, con los beneficios secundarios que disfrutan aquellos ministros que ven crecer su iglesia.

Coincidimos con la necesidad de ejercer el pastorado a partir de los mencionados requisitos básicos: la respuesta al llamado divino y el amor al prójimo. Si a esto se suma poseer una perspectiva inspirada por el Espíritu Santo, estar dotado de dones y talentos y manejar el método apropiado, podríamos llegar a la conclusión de que el crecimiento de una iglesia depende de la persona del pastor.

Antes de dar por absoluta esta suposición, es necesario observar, a través de la Biblia, que existe otro aspecto que no hemos mencionado todavía. Este no apunta al transmisor del mensaje, sino a los destinatarios.

La Biblia demuestra que el crecimiento de la iglesia depende de la actitud de los oyentes. Es decir, que es la persona que escucha el mensaje la clave al aceptar o rechazar el evangelio y el obrar de Dios. Resalta acá la paradoja de centrar la atención en el ministerio del pastor. Caemos en la tentación de colocar nuestra confianza tanto en las manifestaciones sobrenaturales como en la personalidad del predicador.

Nuestra falsa lógica se ve obligada a invertir el orden de los factores. Si fuesen los méritos espirituales del ministro la fuente que produce cambios en los oyentes (su “autoridad”, unción, oración, ayuno, pasión, carisma, comunión, etc.), no tendríamos manera de explicar cómo fue que la actitud incrédula de la gente le haya impedido hacer milagros a Jesús cuando estuvo ministrando en su tierra (4) Siendo que en Él habita toda la plenitud de la deidad (5) y todos los atributos espirituales residen en él en grado superlativo, mucho más que en cualquier ser humano, esto sería contradictorio.

Cuando Jesús envió a sus discípulos a predicar. Él mismo dejó en claro que la responsabilidad recaería sobre los receptores del mensaje. Les dice: “Sanen a los enfermos que allí haya, y díganles: “El reino de Dios se ha acercado a ustedes.” Pero si llegan a alguna ciudad y no los reciben, salgan a la calle y digan: “Hasta el polvo de su ciudad, que se ha pegado a nuestros pies, lo sacudimos contra ustedes. Pero sepan que el reino de Dios se ha acercado a ustedes.” Yo les digo que, en aquel día, el castigo para Sodoma será más tolerable que para aquella ciudad.”(6)

Cuando una ciudad, un país o una región recibe la Palabra y se abre al obrar de Dios (a lo que habitualmente llamamos “avivamiento”) nuestra interpretación suele ser que fue el ministro, el ministerio o el método lo que funcionó bien. Olvidamos el factor mencionado: que la gente estuvo bien dispuesta al obrar de Dios. Hay avivamiento si los oyentes “reciben”.

Resumiendo los factores del “iglecrecimiento”, digamos que cuando las personas responden favorablemente, entonces Dios tiene la oportunidad de manifestar su poder y gloria. Sí, ciertamente, lo hace a través de ministros idóneos y sensibles que se adecúan a su voluntad. En la mayoría de los casos, esta idoneidad es el fruto de un largo proceso divino de capacitación y moldeado. Es evidente que Dios lo preparó para ese momento en particular.

Entonces, la razón por la cual cuesta tanto invertir la relación entre el mensajero y el oyente, es cuando se interpone el interés por los beneficios. Si el mérito del éxito fuese del pastor, sería justo que él reciba los beneficios secundarios. No es difícil tomar como natural que algunos deseen alcanzar el crecimiento necesario como para que devengan esos beneficios.

Estemos alerta acerca de este modo de pensar, ya que nos condiciona o aleja del principal motivo por el cual ejercemos el pastorado, que es la voluntad de Dios. Si la multitud, las grandes iglesias, los grandes beneficios se toman como sinónimo de éxito ministerial, será difícil encontrar personas dispuestas a entregar su ministerio en pueblos pequeños o en zonas rurales, donde no se encuentran multitudes y por lo tanto habrá escasos beneficios materiales. En ese caso seríamos desobedientes a Dios y deudores de esa gente a la que Dios ama y que Cristo murió por ellas.

Un ejemplo muy elocuente de lo que significa obedecer la comisión de Dios dejando el resultado a discreción divina lo encontramos en la vida de Isaías. Éste tuvo una visión llena de gloria, una unción excepcional y si bien en la actualidad goza de prestigio, en su tiempo su éxito consistió, humanamente hablando, en fracasar. Dios le dijo: “Anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis. Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad.” (7). Con un llamado por el estilo actualmente los beneficios en esta vida serían muy escasos y aun negativos.

Por supuesto, desear y trabajar para que la iglesia crezca lo más posible es una actitud loable, sabia y generosa. Lo que debemos reconocer son los peligros de interpretación. Valga la advertencia de que si por circunstancias particulares el sueño “a lo grande” no se logra, lo único que contará es haber hecho la voluntad de Dios sabiendo que el mayor beneficio imaginable que podemos obtener del ministerio es un día escuchar al Señor decirnos: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré…” (8)

(1) 2 Timoteo 2.2
(2) 2 Timoteo 2.15
(3) 1 Timoteo 3 y Tito 1 y 2
(4) Marcos 13.58
(5) Colosenses 2.9
(6) Lucas 10:9-12
(7) Isaías 6.9-10
(8) Mateo 25.21

 

 

Carlos Sokoluk
Pastor del Templo Evangélico Feliz Encuentro, en la ciudad de Posadas, Argentina.
Integrante de la Comisión Directiva de la Región II de la Unión de las Asambleas de Dios.
Fue presidente nacional de Jóvenes de la Unión de las Asambleas de Dios, durante varios años.

 

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Categoria: Edición 8 | Iglecrecimiento, entrega 2, PASTORAL, Teología Pastoral

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