CUANDO LA IGLESIA ESTÁ CRECIENDO AUNQUE NO PAREZCA
Relato del corazón abierto del pastor de Río Tercero, en la provincia de Córdoba, Argentina, quien junto a su congregación es objeto de la persecución mediática, política, judicial y policial, basada en una nefasta ley provincial que legaliza esta forma de ataques a quien con su labor ministerial afectan intereses espurios.
– ¡Marce! Escuchá lo que están diciendo en la FM Sol… rápido, ¡te quieren meter preso! ¡Dale!
– ¿Cómo que me quieren meter preso? ¿Otra vez?
– ¡Poné la radio, dale, así escuchás!
Así empezó mi mañana del 6 de agosto de 2013, cuando Diego, amigo y colaborador de la iglesia que pastoreo en la ciudad de Río Tercero, me llamaba para pasarme el parte mediático matutino.
Para sorpresa mía, dos colaboradores amados de mi corazón, hombres de hasta ese entonces mi confianza, me estaban denunciando ante el fiscal de instrucción en los tribunales de la ciudad, pidiendo para mí la cárcel.
Asociación ilícita, privación ilegítima de la libertad, reducción a la esclavitud y servidumbre, estafa, abuso, ejercicio ilegal de la medicina, entre otras tipificaciones del código penal, se me atribuían de forma despiadada a través del “especialista en sectas” y “perito judicial en sectas y pseudociencias” (si es que existe esa figura), Walter Navarro.
Los medios enardecidos pedían que la justicia cayera sobre mí con todo el rigor de la ley y mi alma desolada, una vez más, era llevada por mi cuerpo hacia el baño a las arcadas, muy nervioso, por la hepatitis y una gastroenteritis galopante producto del estrés por los más de tres años de una persecución brutal por parte de la justicia, policía, municipio, medios y ciudadanía de Río Tercero.
Más de treinta testigos en una intrincada odisea de denuncias, mentiras, falsos testimonios y una ley nefasta y poco garantista de las libertades y derechos que nos amparan, justamente en un estado de derecho. Policías allanando la iglesia y rompiendo todo a su paso, golpes, amenazas de muerte, hostigamientos, atropellos y maltratos fue el pan de cada día; sin embargo, el hecho de que dos íntimos de mi alma quisieran meterme preso y le aportaran datos al fiscal para la cruel y arbitraria investigación que se llevaba -y se lleva a cabo aún- fue muy duro, porque si desde afuera te quieren destruir es todo un tema, pero desde tan adentro se hace mucho más difícil.
“Porque no me afrentó un enemigo, lo cual habría soportado; ni se alzó contra mí el que me aborrecía, porque me hubiera ocultado de él; sino tú, hombre, al parecer íntimo mío, mi guía, y mi familiar; que juntos comunicábamos dulcemente los secretos, y andábamos en amistad en la casa de Dios.” Salmos 55:12-14.
Esos días sentí mi corazón desfallecer, intentaba reponerme y oraba constantemente a Dios pidiendo ayuda, cuando de pronto, los medios sonaban estridentes, al unísono, más fuerte que nunca: ”Dos allegados al pastor Nieva complicarían más su situación, aportando elementos probatorios para la causa en contra del supuesto pastor. Denunciantes esperan que pronto el fiscal se expida a favor de ellos”.
Me preguntaba -que muchos hacemos en momentos difíciles- por qué. ¿Por qué me pasa esto Señor? Y esa pregunta fue constante delante del trono de la gracia por algún tiempo, hasta que un día la respuesta vino de súbito. El dulce Espíritu Santo, aquel que nos GUÍA A TODA VERDAD, habló a mi corazón: “Marce, quiero que crezcas, que te parezcas más a Jesús. Querés crecer en número y en milagros, eso es legítimo y bueno, pero hay algo mejor, un camino más excelente y debés aceptarlo, ser igual a Él en sus padecimientos. Muchos quieren ser iguales a Él en sus milagros, pero no en ser traicionados; ser igual en sus victorias, pero no en sus quebrantos”.
Quedé perplejo. Quizás para muchos que conocen más al Señor, esto no es una gran revelación; sin embargo, para mí fue una de las revelaciones más poderosas que recibí en mi vida. Lloré y alabé a Jesús, oré al Señor y dije en mi espíritu: “Es verdad Señor, todo lo sabes, mucho tiempo he querido el PODER de Jesús, ver su gloria, milagros, crecimiento, pero no quería traiciones, ni injusticias, ni quebrantos”.
¡Qué errado estaba! Nunca estas palabras, que ya había leído antes, calaron tan profundo mi corazón como en ese momento:”A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte”. Filipenses 3:10
¡Ay de mí, Señor! Empecé a orar: “Haceme más como Jesús, no solo en el poder de su gloria y resurrección, sino en sus padecimientos, haceme crecer a la estatura del varón perfecto”.
Me detuve a pensar en el hecho evidente de que el apóstol Pablo estaba más preocupado en parecerse a Cristo que en el crecimiento del ministerio. Estas frases que se desprenden del texto muestran claramente cuál era su corazón… “a fin de conocerle”, “llegando a ser semejante a él en su muerte”… Él no hace mención alguna de su ministerio, porque el crecimiento en el ministerio está relacionado a nuestro crecimiento como cristianos.
“Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”. Filipenses 3:8.
Él quería “ganar a Cristo”. En ese entonces, el anciano Pablo, no veía su ministerio como algo separado de su vida cristiana, por el contrario, su ministerio era el resultado innegable de su vida como cristiano, el producto tangible de su relación con su Señor. De aquí podemos ver que este habla constantemente de su dominante vocación, la de conocer a Cristo.
Conocerlo más y parecernos más a Él soportando las tribulaciones, quebrantos, injusticias, con el corazón lleno de gozo.
Disfrutar de ver multitudes acercarse y ser tocadas por Dios, pero también, disfrutar al entrar en una humilde casa para hablarle a una o dos personas; disfrutar al escuchar a muchos gritar “Hosanna al que viene en el nombre de Dios”, pero también, caminar con valentía negándonos a nosotros mismos en el triste y solitario Getsemaní. Ver milagros poderosos y también estar dispuestos a ser traicionados, sabiendo que nuestra meta es ser semejantes a Él en su vida, pero también en su muerte.
Cuando la iglesia es perseguida, difamada, cuando es traicionada, amenazada y golpeada, cuando la iglesia de Cristo sufre injusticias y maldad está creciendo, silenciosamente está creciendo, en amor, en paz, en mansedumbre, en caridad, en paciencia, en modestia, en templanza, en castidad, en bondad, en fe, en gozo, en longanimidad, en parecerse más a Jesús.
Marcelo Nieva
Pastor de la Iglesia Bautista Pueblo Grande
Río Tercero, Córdoba, República Argentina
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Categoria: BIBLIA, Edición 8 | Iglecrecimiento, entrega 9, entrega 9, Teología