EL MAYOR MILAGRO

| 5 mayo, 2014

No puedo olvidar un incidente de hace muchos años, cuando se realizaba en mi ciudad una campaña evangelística a cargo de un predicador, que ha alcanzado hoy fama internacional.

El evento que integraba un programa sostenido de cruzadas, reunía a la mayoría de las iglesias de la región y había provocado un cimbronazo espiritual en la comunidad evangélica y sacudió a miles y miles de platenses que, hasta entonces jamás habían escuchado una predicación del evangelio.

Cerca de 50.000 personas hicieron profesión de fe en esa serie de campañas que incluyó los cuatro puntos cardinales de ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, Argentina.

En una de esas reuniones tuvimos la alegría de comprobar con mi  esposa la presencia de una compañera de trabajo no cristiana que había concurrido con su madre, que llamaremos María, y su hermano que padecía una importante enfermedad. Escenas de sanidades, liberaciones y otras manifestaciones sobrenaturales se sucedían ante los ojos azorados de esta familia que jamás había concurrido a un servicio cristiano.

En la próxima reunión esperábamos con ansias verlos pero…comprobamos, en medio del gentío, que ellos no estaban.

Al siguiente día mi esposa llamó a la madre de su compañera de trabajo, en una actitud que no significaba más que eso; una simple llamada telefónica para preguntar cómo estaban y, de paso, recordarle amablemente que los esperábamos en la siguiente reunión.

La respuesta de la mujer, significó para mí una lección que jamás  pude olvidar y creo, que desde esa experiencia simple y cotidiana, pude discernir la verdadera empatía, esto es; poder ponerse en la piel del otro, del que concurre por primera vez a una reunión cristiana. La inesperada respuesta dada por María al rutinario; ¿Cómo están?, me permitió saber, mucho más allá del clásico y “especializado” análisis que hacíamos quienes estábamos comprometidos con la organización y desarrollo del evento.

Tan solo en una charla personal con María, aquella circunstancial asistente “extra iglesia”, nos era posible conocer cuál era la real percepción que la gente tenía acerca de todo el fenomenal despliegue del poder de Dios; manifestado en esas inolvidables noches de campaña en un pequeño y descuidado parque de mi ciudad:

“Mirá Vicky- respondió María a la requisitoria telefónica- todo lo que vi en la campaña, jamás lo había visto en mi vida y me impactó muchísimo, pero…lo que más me impacta es que vos te hayas acordado de mí y me llamaras para saber cómo estamos. Tu gesto supera a todas las cosas extraordinarias que pude presenciar aquella noche”.

A veces creemos que Dios pude derramar a granel sus bendiciones  sobre una masa pero, Él no actúa así. El Señor siempre bendice de a uno en uno y para cada individuo, para cada persona tiene algo especial de acuerdo a su necesidad. No estamos, ante su mirada, inmersos en un fenomenal gentío, una muchedumbre en la cual, una persona, representa sólo un punto apenas perceptible.

Casi nadie habrá notado la ausencia de la señora con sus dos hijos en medio de miles y miles de personas. Aquellas deserciones, aquellas ausencias no hubieran afectado la estadística y el indicador numérico del éxito no hubiera acusado el más mínimo impacto. Este criterio postmoderno del valor absoluto de la estadística, no condice, en lo más mínimo, con la mirada de Jesús. Para él, la trascripción de la realidad, no podía hacerse a través de una ecuación numérica.

Rompiendo toda lógica, él otorgaba dramatismo a la pérdida de una persona, en lugar de celebrar la presencia de la abrumadora mayoría: “¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se descarría una de ellas, ¿no deja las noventa y nueve y va por los montes a buscar la que se ha descarriado? Y si acontece que la encuentra, de cierto os digo que se regocija más por aquella que por las noventa y nueve que no se descarriaron…” San Mateo 18:12-13)

Alguien preguntó, seguramente, cuantas personas habían concurrido aquella noche pero, solo Dios, solo Él sabe, cuantos preguntaron cómo estaban, y por qué causa faltaron los ausentes. A veces el silencio o la ausencia suelen ser mucho más elocuentes que la verborragia o la presencia impactante de multitudes.

Existen mayores registros de las palabras de Jesús vertidos en círculos íntimos, en pequeños grupos o persona a persona, que frente a grandes multitudes. A él no le costaba “quemar” su preciado tiempo o “invertir” la inestimable secuencia de su trascendente vida en unos pocos mortales o, incluso; un solo individuo, carente de prestigio y posición social como la samaritana.

Jesús no masificaba a sus seguidores; no eran para él seres “estándares” identificados con una marca o status de “discípulos” que los homogeneizaba. Para él eran muchos más que eso; de cada uno rescataba los matices distintivos y lo peculiar de sus caracteres y, en función, de esos distintivos, les ponía un nombre como sello identificatorio y síntesis de su identidad.

¿Será, como dijo algún pensador, que Dios no es un fabricante en serie y, por el contrario, él es un diestro y apasionado artesanado que se enamoró de su obra?

 

Alfonso González
Lic. en Comunicación Social, Universidad Nacional de La Plata.
Profesor de Postgrado en Universidad CAECE de Capital Federal.
Instructor Gubernamental de la Provincia de Buenos Aires.
Especialización postuniversitaria en “Gestión Pública” de la Universidad Nacional de Tres de Febrero.

 

 

 

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Categoria: Edición 10 | Estos tiempos, entrega 1, Evangelismo, MINISTERIOS

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