¿QUÉ HAY DE NUEVO… VIEJO? Parte I
Necesitamos los nuevos Josué que se animen a derribar, no ahora los muros de Jericó, sino los muros de tantos años, que hemos levantado y tienen a la Iglesia y al Reino del Señor relegados a ciertos lugares y a ciertos horarios, permitiendo así que vuelva a explotar el poder del Reino de los Cielos en las calles, en las plazas, en los hogares, en los lugares públicos y en todo lugar donde haya expresión de vida humana.
Cumpliendo así la Iglesia del Señor su función, su ministerio como agente de extensión del Reino de los Cielos.
El abordaje del tema que se plantea en esta serie de estudios requiere de un gran cuidado, una observación práctica y una actitud alentadora. De ninguna manera pretendo hacer simplemente una crítica de la situación actual de la Iglesia de nuestros tiempos y le pido al Espíritu Santo que me ayude en esta tarea, de manera tal que cuando usted lea este material pueda recuperar o encontrar o redescubrir algunos valores originales que siempre han sido las perlas del evangelio de Jesucristo. Pretendo que con la ayuda de Dios usted pueda levantar alas como las águilas y escapar con su ministerio o su llamado de esta estructura contemporánea, materialista y hedonista; y desempeñar su tarea en la extensión del Reino de los cielos tal cual el Señor la soñó para usted, la enseñó con su evangelio y la demostró con su testimonio de vida.
Soy plenamente consciente de la incapacidad de ser lo suficientemente objetivo en la observación que voy a hacer de la revisión histórica y desarrollo de la Iglesia a través de los tiempos y de la situación actual de esta, ya que yo mismo, como cristiano y pastor, soy parte de lo que pretendo observar. También soy plenamente consciente de la influencia que ejerce sobre mí la cosmovisión de este tiempo y de esta época de la cual soy parte; como dijo el gran escritor Ortega y Gacet “yo soy yo y mis circunstancias”. Y por último si bien el Señor dijo que los cristianos no somos de este mundo pero si estamos en el mundo y tiende el mundo con sus corrientes a influir y entrar en la Iglesia del Señor Jesucristo.
Le doy un ejemplo de un cuestionamiento que yo me hago en este tiempo: cuando uno lee los mensajes de los hombres y mujeres de Dios, utilizados poderosamente en la historia de la Iglesia, tales como: Wesley, Finney, Wigglesworth , William Seymour, Kathryn Kuhlman, Aimee Semple Mc Pherson, Spurgeon, Branham, Moody, etc; es muy difícil encontrar el material que se encuentra ahora sobre teología de la prosperidad. ¿Será que todavía el Señor no lo había revelado en ese tiempo? O ¿será que ésta era de sobrevaloración del dinero, donde las personas valen por el valor económico que tienen, los predicadores de este tiempo incluyen demasiado los mensajes sobre el dinero y prosperidad no por el Espíritu Santo sino espíritu de la época?; o tal vez podría ser que en esta época, más que nunca el Señor debe enseñar a su Iglesia el justo valor que debe darle al dinero, para que no se salga de lo establecido por su palabra:
“Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia
y todas estas cosas os serán añadidas”
Mateo 6:33
Cuando escuchamos mensajes sobre la administración de la Iglesia con una visión empresarial, cuando oímos terminologías como tecnología de punta, gestión de Reino, etc. ¿Será la revelación del Espíritu para este tiempo? o ¿tal vez será la influencia del espíritu de esta época de la industria blanca, de las especulaciones financieras, de las gestiones administrativas?
Reconozco, como pastor con raíces pentecostales, que a veces pecamos de soberbia, arrogándonos la representación del Espíritu Santo y damos como absolutos algunos valores que presentamos como inspirados por el Espíritu, pero que cuando los observamos bien también están sumamente contaminados por el espíritu de la época.
“Si te convirtieres yo te restaurare y delante de mi estarás
y si entresacares la precioso de lo vil serás como mi boca.
Conviértanse ellos a ti y tú no te conviertas a ellos”
Jeremías 15:19
Recuerde que el mensaje del evangelio es una Buena Nueva y es la Sana Doctrina, o sea que son buenas noticias para vivir saludablemente y son valores que el Señor estableció y por lo tanto no se pueden modificar ni alterar.
“El cielo y la tierra pasaran pero sus palabras no pasaran”
Reino de los cielos vs. Reino de los suelos.
Indiscutiblemente el Reino de los Cielos produce en nosotros, los seres humanos, una movilización tan grande que por lo general no lo podemos asimilar, ya que en nuestra naturaleza humana no tenemos representaciones mentales que nos permitan asociarlo. Por eso el Señor Jesucristo dijo “mi Reino no es de éste mundo”.
Tan maravilloso y sorprendente como es la manifestación de este Reino y sus principios, es la persona del Rey: El Señor Jesucristo Rey de Reyes y Señor de Señores.
El ejercicio de su reinado y su personalidad sorprendieron de tal manera al mundo y especialmente a los reyes que quedaron atónitos y sin palabras.
“Así asombrara Él a muchas naciones;
los reyes cerraran ante él la boca,
porque verán lo que nunca les fue contado,
y entenderán lo que jamás habían oído”.
Isaías. 52:15
Éste Reino, como es Reino de los Cielos, es fundamentalmente espiritual y para poder percibirlo y vivir en él, necesitamos nacer de nuevo a la vida en el espíritu. Y es el Espíritu Santo nuestro gran guía y Señor quien nos conduce y nos capacita para vivir en el maravilloso Reino de Dios.
Cuando leemos la narración de los sucesos relatados en el libro de los Hechos, con respecto a las manifestaciones de este Reino y la expansión del mismo a través del mensaje del evangelio conferido a la Iglesia y echamos un vistazo a la realidad contemporánea, notamos a simple vista que la situación actual es muy distinta de lo que fue la vida del Reino y la Iglesia de los apóstoles.
Una de las preguntas que me surge al hacer esta observación es la siguiente: ¿Qué pasó con aquella maravillosa explosión de vida abundante, de salud, de milagros, de esperanza y de gozo que se vio en las calles de Jerusalén y sus alrededores; en las casas de las gentes y aún en los lugares públicos? ¿Dónde están esos anunciadores de buenas nuevas osados y valientes, enamorados apasionadamente de su Señor y Rey, que al llegar a un lugar sacudían de tal manera la situación que decían de ellos: Ahí vienen estos que con sus mensajes trastornan el mundo entero?.
¿En qué momento los cristianos comenzamos a encerrarnos en los templos y a desarrollar ministerios eclesiásticos dentro del ámbito de la Iglesia local y de los recintos de reuniones, abandonando así los hogares, las calles, las plazas, los lugares públicos y todo lugar donde haya expresión de vida humana?
Me produce un profundo dolor observar que aunque crecemos en número y edificamos grandes templos, la mayoría de los hogares de los cristianos tienen crisis profundas, aumentan igual que en el mundo las crisis matrimoniales, estamos perdiendo la oración familiar, el altar familiar, el devocional y la vida de oración.
Asistimos a los institutos bíblicos y ministeriales para capacitarnos, para desarrollar un ministerio siempre dentro del ámbito de la iglesia local. Que diferente fue Felipe que no se quedó a esperar después de repartir las mesas que lo habilitaran para poder dar el sermón del próximo culto, sino que salió a la calle, se fue a Samaria y proclamó con tal poder y denuedo las maravillas de Dios, que el pueblo se convulsionó y vivió de tal manera las promesas y milagros del Reino, que el ruido del avivamiento llegó a los oídos de los apóstoles.
Gracias a Dios por hombres de fe como Wycliff, Huss, Lutero, Knox, Calvino, que en su momento supieron alzar su voz para reclamar el mensaje genuino del evangelio que la Iglesia institucional de ese tiempo había mutilado y detenido. Ellos recuperaron para nosotros la palabra de Dios, la sana doctrina, transcribieron la Biblia del latín al lenguaje común de los pueblos, nos volvieron a dar la posibilidad del alimento de Dios para nutrirnos y crecer. Nos toca a nosotros ahora, los cristianos de este tiempo completar la reforma estructural y eclesiástica, derribando tradiciones paganas y costumbres que se arraigan más en la vanidad de los hombres, que en la grandeza del Reino de Dios.
Necesitamos los nuevos Josué que se animen a derribar, no ahora los muros de Jericó, sino los muros de tantos años, que hemos levantado y tienen a la Iglesia y al Reino del Señor relegados a ciertos lugares y a ciertos horarios, permitiendo así que vuelva a explotar el poder del Reino de los Cielos en las calles, en las plazas, en los hogares, en los lugares públicos y en todo lugar donde haya expresión de vida humana. Cumpliendo así la Iglesia del Señor su función, su ministerio como agente de extensión del Reino de los Cielos.
Necesitamos imperiosamente una reforma de nuestras mentes, visiones, valores, intereses, y tradiciones. Necesitamos recuperar el espacio cedido al enemigo por la pasividad y el ejercicio equivocado de la fe.
Ricardo Dening
Licenciado en Psicología Clínica
Pastor principal del Centro Cristiano Rey de Gloria
Iglesia Internacional del Evangelio Cuadrangular
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Categoria: Edición 13 | Eclesiología, entrega 4, Teología Pastoral