QUÉ ES LA IGLESIA… PARA MÍ

| 2 marzo, 2015

Mi experiencia al haber pasado por diferentes instituciones y comunidades eclesiásticas.

Lo que pretendo escribir en este artículo no es una mirada técnica ni doctrinal sobre la palabra iglesia, sino mi experiencia al haber pasado por diferentes instituciones y comunidades eclesiásticas.

A lo largo de mi vida fui formado por diversos hombres y mujeres que dejaron una impronta en la experiencia comunitaria. Mis primeros pasos fueron en mi barrio de Monte Chingolo, Lanús, en el Gran Buenos Aires, Argentina. A la edad de 18 años una amiga me invitó a una reunión de jóvenes en la parroquia de mi barrio y en esa misma semana comencé aquella nueva experiencia que se fue forjando en mi amistad con Jesús.

Como estaba realizando un cuadro para la iglesia –dicho de paso, me sentía Miguel Ángel pintando la capilla Sixtina–, leía los evangelios pues la obra que estaba realizando era la vida de nuestro Señor.

Lo que más me impactó fue ver como Jesús, en la medida que caminaba por su tierra, invitaba a la gente a seguirlo. Entre ellos apreciaba hombres tan diferentes entre sí, política e ideológicamente disímiles. Me costaba entender que un traidor como Mateo, que recaudaba fuertes impuestos para el imperio romano, conviviera con uno de los zelotes (eran los subversivos) como Simón o pescadores como Pedro y Juan. Fui descubriendo que la familia de Jesús no estaba por afinidad parental ni espontánea como los amigos, sino que era un vínculo de amor cuyo ideal era el proyecto del Reino de Dios y su justicia. Eso fue el primer esbozo para mí de la palabra iglesia, un grupo de hombres que estaban vinculados y unidos alrededor de la persona de Jesús.

A lo largo de mi caminar también encontré la otra cara de la moneda: quienes se reunían por intereses propios y usaban a Jesús y la iglesia para imponer sus propios proyectos ideológicos. No descubrí la rueda, pues esta ya venía girando desde muchos siglos, con los mismos tumbos, aciertos y baches en el camino.

Mis años en la iglesia católica me transformaron en dirigente de la parroquia y seminarista, dado que quería ser cura, aunque no llegue a serlo –aunque tampoco tengo cura–.

Fueron tiempos intensos de entrega a los ideales de Jesús, ideales que eran opacados por dogmas de fe y documentos de la iglesia católica que me confrontaban permanente.

Por ejemplo, siendo seminarista me enamoré de una chica en una parroquia, fue entonces cuando encontré en la carta de Pablo a Timoteo que el clérigo puede casarse, en contraposición con la tradición que dictaba otras normas como el celibato y vida consagrada a la institución.

Renuncié al catolicismo cuando conocí a un seminarista bautista quien, al presentarme a su esposa, me dijo: “cuando seas cura, vos sabrás sobre el matrimonio por oír muchos casos de terceros, pero yo lo vivo en carne propia”. Esas palabras me impactaron de tal manera que no volví más al seminario.

Mis primeros años en la iglesia evangélica transcurrieron contando mi experiencia católica. Era la estrella, para el pastor haber alcanzado para su iglesia un ex seminarista, un pez gordo, no había que dejarlo pasar.

Es curioso, hasta aquí nunca hable de conversión a Jesús, eso sería mentir. Ya venía convertido, lo que no podía era desarrollar mi vida en Cristo con libertad.

Comencé a vincularme con diferentes denominaciones, bautistas, metodistas, luteranos y pentecostales. No quiero dar nombres, para no excluir a nadie, pero en todas ellas encontré hombres y mujeres de Dios, de los honestos y de los no tanto –para ser suave, vió–, sin embargo hubo algo que siempre me molestó: las enseñanzas antagónicas de algunos que para fortalecer su “reinado”, intentan destruir las de las otras comunidades. Como dice el refrán: “hay de todo en la viña del Señor”.

Al leer los Hechos de los Apóstoles y las cartas de Pablo descubro que las iglesias eran muy particulares con un acento especial en su cultura y sus costumbres. Por ejemplo solo en Corinto aparecen los carismas, fuente de iluminación para el movimiento pentecostal. La carta a los romanos, inspiración para los reformadores revela que solo la gracia de Dios nos salva, ¡gracias a Dios! Gálatas es un faro para los legalistas, los orienta para entender que toda ley es buena, siempre y cuando esté al servicio del ser humano. Entiendo que estos escritos, aunque trascienden las épocas y los lugares, tienen un contexto histórico que merece ser leído con una hermenéutica exhaustiva. Aquí vale la autocrítica, cuántas veces señalamos a la iglesia católica por dogmática cuando se han hechos dogmas de versículos sueltos, produciendo estos divisiones por conflictos humanos que han sido justificados por interpretación interesada de pasajes bíblicos, para que nuestra ruptura sea más “espiritual”.

En resumen aprendí –y lo sigo haciendo– que Jesús amó a la iglesia, tal como dice un autor: “amar es aceptar, comprender, perdonar y contener”.

Para nosotros, como Iglesia, sigue siendo un desafío constante tener a Jesús como motivación y centro de nuestras vidas.

 

Jose Luis Velicio

José Luis Velicio
Pastor ordenado por la Iglesia de Dios ALIDD en Abril de 1986
Director del Hogar la Casita 1990-1992
Profesor del seminario Emmanuel en teología 1989-1995
Profesor de Informática

 

 

 

 

 

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