PENOSA RECORDACIÓN

| 10 agosto, 2015

El 6 de agosto de1945, sobre la ciudad de Hiroshima explotó “Little Boy”, la primera bomba atómica. Tres días después, el 9 de agosto de 1945 es “Fat Man” que cae sobre Nagasaki. Sólo han pasado 70 años.

La salida de esta edición se realiza al recordarse la penosa vivencia de la irrupción, en un conflicto bélico, de la bomba atómica. Arrojadas por Estados Unidos sobre Japón aceleraron la por entonces inminente capitulación del Imperio del Sol Naciente, llevándolo a que dicha rendición se realizara sin ningún condicionamiento.

Una bomba atómica es un dispositivo que obtiene una gran cantidad de energía explosiva. Su funcionamiento se basa en provocar una reacción nuclear en cadena descontrolada. Se encuentra entre las denominadas armas de destrucción masiva y su explosión produce una distintiva nube con forma de hongo.

Su procedimiento se basa en la fisión de un núcleo pesado en elementos más ligeros mediante el bombardeo de neutrones que, al impactar en dicho material, provocan una reacción nuclear en cadena. Para que esto suceda es necesario usar núcleos fisibles o fisionables como el uranio-235 o el plutonio-239. Según el mecanismo y el material usado se conocen dos métodos distintos para generar una explosión nuclear: el de la bomba de uranio y el de la de plutonio.

Nadie había tomado nunca antes una decisión así y, hasta el momento, no se ha repetido. Transformar a toda una ciudad en una sucursal del infierno y en el proceso acabar con la vida de 140.000 seres humanos –en su inmensa mayoría civiles, muchos de los cuales perecieron luego de terribles padecimientos– fue una fatídica determinación.

“Los japoneses estaban listos para rendirse y no hacía falta golpearlos con esa cosa horrible”, diría años después, Dwigth Eisenhower[1]. “Los japoneses estaban queriendo obtener una pequeña concesión: la protección del emperador. Estados Unidos exigía una rendición incondicional” explicó Mark Selden[2].

Sin pretender adentrarnos en un largo y minucioso análisis de los factores que condujeron a esta nefasta determinación, sólo pretendemos, como pastores que piensan en la gente, recordar a los cientos de miles de civiles que murieron innecesariamente en esa ocasión y a aquellos que vivieron el resto de sus existencias sufriendo las secuelas de aquel accionar.

Cada hombre o mujer es imagen y semejanza de Dios que lo creó. Por cada persona que habita en este mundo, nuestro Señor Jesucristo vertió su sangre. Nuestro amor es demandado por Dios a favor de la gente. Y en medio de eso es inaceptable que alguien, indistintamente de la corriente de pensamiento que tenga, puede atribuirse el derecho de arrojar muerte sobre civiles indefensos que iban a trabajar, niños que estaban en la escuela, personas simples y comunes que estaban precisamente tranquilas porque la llegada de la bomba no fue en medio de un escuadrón que hubiera dado lugar a la advertencia a tiempo para que se metieran en los refugios. En ambos casos fue un avión solitario que todos confundieron con una aeronave meteorológica, lo que los tomó a todos por sorpresa y sin posibilidades de escape.

Muy claro lo deja La Biblia al decir: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?”[3]. Y es allí, en la Palabra, donde tendremos que abrevar para extraer las conclusiones correctas. No en la ideología política, ni en los argumentos esbirros que se pronuncian en medio de una guerra.

¿Ya estaba vencido Japón?, es evidente que si. ¿Era razonable aceptarle, aún después de arrojada la primera bomba, que la rendición sólo tuviera el condicionante de salvar a su emperador?, a la luz de la destrucción de la segunda bomba, es evidente. ¿Debían los japoneses haber evitado esa masacre rindiéndose antes y, aun, habiendo evitado entrar en una acción bélica en el Pacífico unos años antes?, claro que sí.

Pero la verdadera argumentación está en las palabras de Santiago: son “vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros”

Para todos, queda la admonición divina, generada en la primera muerte, injusta y violenta, “Y él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra”[4].

Desde la dirección de Cordialmente recordamos, en aquellas víctimas, a todas las víctimas. Sabemos, por la apologética bíblica, que eso no terminará jamás, pero cada víctima inocente nos moverá los sentimientos y nos hará unirnos a la voz de Juan diciendo: “Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven”[5].

[1] En aquel entonces era el máximo comandante de las fuerzas aliadas en Europa y eventual sucesor de Truman en la Casa Blanca.
[2] Profesor de la Universidad de Cornell y editor de The Asia-Pacific Journal
[3] Santiago 4: 1
[4] (Génesis 4: 10).
[5] (Apocalipsis 22: 17)

 

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Las notas publicadas en esta edición digital reflejan la opinión particular de los autores.

La dirección de Cordialmente procura que la expresión bíblica “examinadlo todo, y retened lo bueno” sea el objetivo, por lo cual se invita a los distintos escritores a presentar sus fundamentos dejando el juzgamiento del artículo en cada uno de los lectores.

 

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