EL GÉNERO APOCALÍPTICO (parte 3)

| 7 junio, 2018

Características de la literatura apocalíptica: El género apocalíptico tiene una serie de características que la distinguen frente a los demás tipos de literatura bíblica y lo hace bastante fácil de reconocer. Parece que durante la época de su apogeo, más o menos entre 200 a.C. y 150 d.C., este estilo literario resultaba ser la manera más acertada y eficaz para expresar la esperanza y mantenerla viva en el pueblo. Del oráculo poético de los profetas, que dependía de la comunicación oral, los apocalípticos pasaron a redactar libros, mayormente en prosa, con más conciencia de su estructura y estética.

Una primera característica de estos escritos es la seudonimia. Los escritos apocalípticos, con excepción del apocalípsis de Juan y de Pastor de Hermas, siempre atribuían sus mensajes a grandes santos y heroes del pasado, sobre todo Enoc pero también Adán, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, los patriarcas, Moisés, Elías, Baruc y Esdras. Esto era una costumbre de la época, común en el oriente antiguo, y en ninguna forma representaba algún problema ético. Los judíos creían que desde la muerte de Judas Macabeo (161 a.C.), los cielos se habían cerrado y dejaban de aparecer profetas (1 Macabeos 9:27; 2 Baruc 85:3). Como no se esperaban nuevas profecías en la época, los autores apocalípticos ubicaban sus revelaciones en tiempos antiguos, que daban también cierta aureola de antigüedad y autoridad a sus escritos. Además les permitía contar mucha historia ya pasada para ellos, como si fuera profecía futura para el personaje a quien atribuían su escrito.

Lo que más nos llama la atención en estos escritos es su uso abundante e imaginativo de simbolismo, que debe ser interpretado con sentido figurado. Su lenguaje es casi siempre evocativo, sugerente, connotativo. Es claro que su intención era de hablar simbólicamente, no literalmente. Juan de Patmos, por ejemplo, no tiene el menor reparo en asignar dos sentidos totalmente distintos al mismo símbolo; así las siete cabezas de la bestia son siete montes (Apoc 17:9) pero también siete reyes (17:10). Juan no se preocupa cuando produce simbolismos literalmente imposibles, como la lluvia de fuego y granizo mezclados con sangre (8:7), la mano con siete estrellas que en seguida se pone sobre la cabeza de Juan (1:16-17), una estrella que contamina la tercera parte de los ríos y fuentes del mundo (8:10), o un altar que habla (9:13; 16:7 NVI, BJ).

Entre los simbolismos más típicos de la literatura apocalíptica están los colores. Generalmente el blanco significa victoria y a veces lo celestial; el rojo o escarlata lo malo, la sangre, la guerra; el negro lo oscuro, la noche; el verde, la muerte, etc. Es importante no interpretar estos colores por los valores simbólicos que tienen hoy día para nosotros. Por ejemplo, lo malo en el Apocalipsis no es negro sino escarlata (sin nada que ver con el color de la piel); el verde no significa esperanza (como suele entenderse hoy) sino muerte (Apoc 6:8).

También los números son simbólicos: tres para Dios; cuatro para la naturaleza; seis para lo incompleto y a veces lo malo; siete para lo completo y perfecto, casi siempre bueno (excepto en su parodia por el dragón y la bestia); diez también es completo; doce señala al pueblo de Dios (12 patriarcas, 12 apóstoles). Las fracciones tienen un significado especial, como por ejemplo los tres años y medio: !no pasa de media semana! Una multiplicación añade al significado del dígito: 144,000 es el cuadrado de 12 por el cubo de 10. Cuando las cifras son simbólicas, no deben traducirse al sistema métrico ni a otras medidas, con lo que perderían su significado simbólico. Los únicos números en el Apocalipsis que no llevan valor simbólico son los precios de trigo y cebada en 6:6, donde tienen sentido económico de precios de la canasta básica.

Es especialmente común e importante el simbolismo de los animales, que suelen representar naciones o reyes poderosos. Generalmente los autores apocalípticos describen a los seres humanos como animales, a los ángeles como seres humanos (1 Enoc 87:2), y a los demonios como estrellas caídas (1 En 86:13). Su punto de partida está en Daniel, donde cuatro bestias surgidas del mar representan a cuatro imperios hostiles. Estos animales luchan, oprimen, y desaparecen del escenario. Son representaciones que dan una gran fuerza dramática, algo parecido a las caricaturas políticas de hoy (Rusia como oso, el dragón chino, el águila de los Estados Unidos). Con mucho humor, algunos escritos apocalípticos afirman que la carne de la gran bestia será el menú del banquete mesiánico (2 Esd 6:52; 2 Bar 29:4).

Uno de los primeros escritos apocalípticos, el “apocalipsis de los animales” (I Enoc 85-90, ca. 163-130 a.C.), es una exuberante orgía de alegorizaciones zoomorfas. Este sueño, recibido por Enoc antes de casarse con su esposa Edna, comienza cuando un toro blanco (Adán) sale de la tierra, seguido por una ternera (Eva) y dos becerros, uno negro y el otro rojo (Caín y Abel; 1 En 85:3). Con una novilla ese becerro negro engendró muchos toros negros (linaje de Caín; 85:5). Del primer toro y su ternera nació otro toro blanco que creció en un gran toro blanco (Set), que engendró muchos toros blancos (85:8-10). Después muchas estrellas caídas (ángeles) fecundaron a las novillas (Gén 6:1), que parieron elefantes, camellos y asnos (86:4).

En esa clave zoológica sigue a describir toda la historia judía hasta los macabeos. Noé nació un toro pero se volvió hombre; sus tres hijos eran toros, uno blanco, uno rojo y uno negro. El rojo y el negro engendraron leones, perros, cerdos y toda clase de criaturas repugnantes, y todos se mordían unos a otros (89:1-11). Al tiempo un toro blanco (Abraham) engendró un asno salvaje (Ismael) y un toro blanco (Isaac; 89:10-11). Ëste engendró un jabalí negro (Esaú) y una oveja blanca (Jacob), que engendró doce corderos (89:12). Y así sigue la historia: David y Salomón son ovejas, pero se convierten en carneros al ascender al trono (89:45,48). Los judíos son corderos; los opresores son fieras y aves de rapiña; los judíos apóstatas son corderos ciegos (89:74; 90:7). Un carnero, de quién brotó un enorme cuerno (Judas Macabeo, 90:9), luchó contra los enemigos de los corderos (90:11-17). Al fin vendrá un toro blanco (90:37, el Mesías), con grandes cuernos, que se convertirá en cordero y será venerado por todos los animales (90:30,37), Finalmente, todos los animales se transformarán en toros blancos, igual que Adán al principio (90:38).

La literatura apocalíptica a menudo se dedica también a los fenómenos cosmicos. Muchos de estos escritos muestran gran interés en la astronomía; “El libro del curso de las luminarias del cielo”, ahora incorporado a 1 Enoc (72-82), es el ejemplo más antiguo. Muy comunmente los juicios divinos se describen como catástrofes naturales y cósmicas, de modo que cuando Juan incorporó este simbolismo en su libro (especialmente el sexto sello, 6:12-17, y las seis primeras trompetas, 8:6-9:20), eso era un simbolismo ya conocido por sus lectores. En ves de una revelación totalmente nueva, era una relectura de anteriores tradiciones apocalípticas. De hecho, ya desde las escrituras hebreas este simbolismo estaba muy presente en la escatología profética.

Juan Stam
Misionero en Costa Rica por más de 45 años.
Doctor en Teología por la Universidad de Basilea, Suiza.
Profesor, por muchos años, del Seminario Bíblico Latinoamericano.
Escritor, autor de varios libros y artículos.

 

 

 

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Categoria: ACTUALIDAD, Biblia, BIBLIA, Edición 20 | ES HORA DE QUITAR EL VELO, entrega 4

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