CREO EN DIOS…, CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA

| 4 noviembre, 2013

Tras presentar al Padre como Todopoderoso, el Credo hace una declaración fundamental que marcará a fuego a los cristianos de todas las épocas, dice que es Creador del Cielo y de la Tierra.

La fe cristiana no parte de la existencia del mundo, hombre incluido y, desde allí, conjetura o analiza la posible existencia de Dios, sino que por el contrario, reconoce la preexistencia de Dios y desde allí entiende la subsistencia de todo lo demás. Reconociendo de esa manera que el “ser” es algo innato de Dios, Él “es”; su nombre mismo, traducido Jehová en nuestras versiones, significa “Yo soy el que soy”.[1] Y este Dios formidable, esencia pura del “ser” no se reservó la existencia para sí, sino que hizo existir a su Creación.

El “ser” de la Creación es dependiente del “ser” de Dios, de lo contrario quedaría en la nada.[2] Es importante destacar que Dios creó, o sea que partió de la nada[3], y esto es una cuestión fundamental de la fe. La Creación, en tanto que fue creada, implica en sí misma un punto de partida, antes del cual no existía. Esa no existencia implica la nada, que es desde donde comienza la acción exclusiva de Dios, para desde allí culminar su desarrollo en lo que existe.

Esta realidad suprime ideas tergiversadas como el panteísmo, que sostiene que todo es Dios, descartando en esa afirmación, a un Ser separado y autor de la Creación. Afirma, asimismo, que lo creado no es una emanación de Dios, como si fuera una continuidad de Él; cuando  determina crear, simplemente hace y otorga, como quedó dicho anteriormente, la identidad de “ser” a su Creación.

En esa acción creadora, Dios sujeta lo creado a dos limitaciones bien definidas: tiempo y espacio. Todo lo relacionado a la Creación es “antes, ahora o después”, y también es “aquí o allá”. Esto da una pauta de la trascendencia de Dios, pues Él no está restringido a esas condiciones, toda vez que reconocemos en Dios sus atributos de ser Eterno e Infinito.

Caemos en un error cuando tratamos de discutir las cuestiones científicas de la Creación, en realidad La Biblia no nos explica sobre el sistema utilizado por el Creador para el desarrollo de su obra, ni presenta una crónica periodística del proceso de la creación. La Biblia no está para decirnos como van los Cielos, sino que ir al Cielo, porque el fin de las Sagradas Escrituras es la redención de la criatura humana. La ciencia está sujeta al conocimiento, por ende su argumentación va cambiando en la medida que este aumenta, en cambio la postura cristiana está sostenida en la fe, simplemente creemos que Dios lo hizo, sin importarnos demasiado  cómo lo hizo.

Por todo detalle, el primer capítulo de La Biblia, Génesis 1, nos relata que la Creación fue generándose a partir del dicho de Dios. “Y dijo Dios… y fue hecho”. Sosteniendo de esa manera el poder inmensurable de su Palabra. Esa misma voz poderosa de Dios sostiene lo creado.[4]

Podemos tomar, si nos place, el dicho de Génesis y pensar en Dios haciendo tronar su voz y la palabra pronunciada, cual una movilización de potencia, es generadora del accionar que devino en la Creación. Y este es un sentido coherente y fiel a los atributos de manifestación del Todopoderoso. Pero bien podemos ampliar el concepto y entender como voz de Dios el accionar de Jesucristo, a quien el Nuevo Testamento atribuye participación en la Creación, aclarándosenos que él, Jesucristo, es la máxima expresión de la Palabra de Dios, o sea su voz activa.[5]

“Creador del Cielo y de la Tierra”, expresa el Credo en lo que nos referimos en esta nota.

Esta diferenciación pone en escena al hombre. Dios crea la Tierra, lugar de habitación del ser humano a quien le permite gobernarla y sojuzgarla.[6] Y también crea el Cielo, donde no tiene injerencia el accionar del hombre.[7] Lo visible (la Tierra), lo invisible (el Cielo). Mucho se podría discutir sobre este aspecto, elucubrando percepciones acerca de dónde está el límite entre ambos, pero no sería posible ni lógico extendernos aquí. Prefiero quedarme en el concepto de lo visible y lo invisible.

El Cielo, en su magnitud, está lejos del alcance del hombre; sus distancias, en ese límite de espacio y tiempo que hacía mención antes, torna imposible soñar con determinadas conquistas, o al menos exploraciones, dada la imposibilidad de recorrer, aún a la velocidad inalcanzable de la luz, millones de años, que trascienden al tiempo del ser humano.

La Tierra es lo comprensible, el Cielo lo incomprensible.

Es evidente que la Tierra marca el límite del hombre, del polvo de la Tierra fue hecho y en eso mismo se convertirá cuando muera.[8] Su parte espiritual está relacionada con el Cielo, es allí donde están definidos los destinos del alma inmortal de la criatura más destacada de la Creación.

Al hombre se le otorgó señorear en la tierra y se le exige servir en el Cielo.

Para terminar me queda llamar la atención en la acción de un Dios poderoso, eterno, infinito que crea algo para que habite allí una criatura hecha a su imagen y semejanza[9], destinatario de su amor. Dios creando para compartir su amor. Llevándonos esto a un misterio[10] aún mayor cuando el Creador y Sustentador de todas las cosas, se transforma en creación. El Creador hecho criatura, “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.”[11]

 


[1] Éxodo 3:14
[2] Juan 1:3
[3] Isaías 49:9-10
[4] Hebreos 1:3
[5] Hebreos 1:1-2; Juan1:1-3
[6] Génesis 1:28
[7] Colosenses 1:16
[8] Eclesiastés 3:20
[9] Génesis 1:26
[10] 1ra Timoteo 3:16
[11] Juan 1:14

 

Oscar Botta
Egresado del Centro de Estudios Teológicos de la Cuidad de Buenos Aires
Miembro del directorio del Seminario Bíblico de Martínez.
Profesor de IBE.
 

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Categoria: Edición 7 | El Credo, entrega 1, Teología

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