POR UNA MUNDANIZACIÓN DE LA IGLESIA

| 22 diciembre, 2014

“La iglesia es el Cristo presente, y la presencia de Dios sobre la tierra es Cristo.” Dietrich Bonhoeffer

 Tradicionalmente la Iglesia y el mundo han sido vistos como realidades antagónicas. Si se habla de la Iglesia, ésta debe definirse en oposición al mundo, por lo que, hablar de la “mundanización” de la Iglesia resultaría, según ese marco teórico, un círculo cuadrado. Pero ¿será así? Creemos que no e intentaremos demostrarlo.

En primer lugar, la oposición entre Iglesia y mundo surge de haber privilegiado una noción de “mundo” que, aunque bíblica, no es unívoca. En efecto, la Biblia habla del mundo en sentido negativo como cuando leemos: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.” (1ª de Juan 2.15-27 RV1960). Esta visión que Juan ofrece sobre el mundo, pone en claro que se trata de un sentido peyorativo del mismo. El mundo está en abierta oposición a Dios y ya que la oposición es uno de los recursos del lenguaje al que apela siempre el apóstol Juan (luz/tinieblas; santidad/pecado; amor/odio) su idea de “el mundo” es la de un sistema de operaciones contrario a Dios. Para que no tengamos duda alguna, casi al final de la epístola citada, dice Juan: “Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno.” (1ª de Juan 5.19 RV1960). Por alguna razón que no viene al caso analizar ahora, los evangélicos y evangélicas han privilegiado esta noción negativa del mundo. El mundo es contrario a Dios. El mundo promueve el pecado. El mundo yace bajo el poder del maligno, el perverso, el diablo y todo lo que tenga que ver con el diablo no es de Dios.

 

Pero, en segundo lugar, el mismo autor de los textos citados, dice en acaso el versículo más conocido por los evangélicos y evangélicas: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Juan. 3.16 RV1960). Es claro que estamos en presencia de otro concepto de “mundo”. En este caso, se refiere a la humanidad en tanto creación de Dios. Un mundo humano que es bueno por ser justamente realización del Dios creador y cuyo amor es tan grande que estuvo dispuesto a dar a su Hijo unigénito por su salvación. Entonces, si bien es cierto que no tenemos que amar al mundo-sistema que opera bajo el poder del diablo, sí estamos llamados a amar a la humanidad como creada por Dios y recreada en Jesucristo.

Cabe preguntarnos ahora: ¿a qué viene esto de que la Iglesia debe “mundanizarse”? Aquí es oportuno citar otras expresiones de San Juan: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. (…) Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como el unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.” (Juan. 1.1, 14 RV1960). Estas afirmaciones implican un gran vuelo filosófico, teológico y literario. Juan está utilizando un término acuñado por los griegos: el Logos. Unos seis siglos antes de Cristo, Heráclito hablaba del Logos como aquella razón, idea, pensamiento o palabra con la cual se crearon todas las cosas. Y Juan adopta esa idea para afirmar que el Logos efectivamente existía antes que todo fuera creado y todo fue creado por medio de él. Cabe consignar, a modo de aclaración, que la versión Reina Valera, cuando traduce “Verbo” no se está refiriendo a una función gramatical porque, si así fuera, Ricardo Arjona tendría razón cuando dice: “Jesús es Verbo no sustantivo”. La palabra “Verbo” en la Biblia Reina Valera simplemente es tomada del latín: verbum que significa “palabra”. Luego de esta digresión –necesaria- sigamos con el argumento de Juan. Ese Verbo, esa Razón, esa Palabra que creó todas las cosas estaba con Dios y era Dios. Y ahora viene lo inaudito: “Y aquel Verbo fue hecho carne”. Esto sí que es el círculo cuadrado. Porque para los griegos, Dios que es espíritu puro no podría tomar carne, la cual es la residencia del mal. Juan está escribiendo en contra los docetas que negaban la plena humanidad de Jesús de Nazaret. Decía que Jesús “se parecía” (de la palabra griega dokein) a un ser humano pero no lo era plenamente. Contra esa herejía Juan afirma que el Verbo fue hecho carne (sarx). No es que simplemente se hizo parecido a nosotros o se “humanizó” sino que se encarnó, se hizo carne como nosotros, uno de nosotros. Por eso sufrió, padeció, tuvo hambre y sed, y de su costado, al ser atravesado por la lanza romana, brotó agua y sangre. Precisamente Juan es el único evangelista que narra este hecho.

¿Qué significa esto para la Iglesia? Nada más y nada menos que la encarnación como lo fue para Jesucristo, debe ser el modelo ser Iglesia. O sea: Iglesia en el mundo y para el mundo. La Iglesia no existe sin Cristo. La Iglesia es el cuerpo de Cristo en la tierra. Está llamada a encarnarse en la historia, en la cultura, en el modo de vida del mundo, hablar su idioma, sufrir con el mundo, padecer por el mundo y, sobre todo, amar al mundo tal como Dios lo sigue amando en Jesucristo. Este es el sentido positivo de la secularización, palabra que significa “siglo” o “mundo”. La Iglesia no existe para sí misma sino para Dios y para el mundo de Dios. Como expresa magníficamente Johann Baptist Metz: “La Iglesia misma está al servicio de la voluntad universal de Dios con respecto al mundo. La Iglesia testifica y representa el reinado de aquella Voluntad encarnada, en la que Dios habla definitivamente al mundo y lo acepta, y al hablarle, lo liberado de su ser más profundo.” (Teología del mundo, Salamanca: Sígueme, 1971, p. 65).

Así como Dios se encarnó en Jesucristo, la Iglesia que es su cuerpo, está llamada también a encarnarse en la historia, en la cultura y en las circunstancias del mundo. No vive en un topos uranos (lugar celeste) sino en una tierra concreta y una historia única con los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Al encarnarse, Dios redime la totalidad de su creación. Dios se torna tiempo y espacio y se convierte –aunque suene extraño– en un Dios vulnerable porque amar es tornarse vulnerable. Este es el sentido de una Iglesia mundanizada que no se proclama a sí misma sino que proclama el Reinado de Dios y es una Sierva de Dios y del mundo al que Dios sigue amando con pasión inexplicable.

 

Alberto Roldan

Dr. Alberto F. Roldán
Académico
Doctor en Teología (Instituto Universitario Isedet)
Master en Ciencias Sociales y Humanidades (Universidad Nacional de Quilmes)
Maestría en Educación (Universidad del Salvador en Buenos Aires)
Escritor y conferencista internacional
Director de posgrado de FIET
Pastor maestro de la Iglesia Presbiteriana San Andrés

 

 

 

 

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Categoria: BIBLIA, Edición 13 | Eclesiología, entrega 6, Teología

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