LOS MONTES DE DIOS VI | SEIR, UN MONTE DE RECUERDOS

| 29 diciembre, 2014

Como bien sabemos los libros de Éxodo, Levítico y Deuteronomio explican cómo los israelitas debían ser un pueblo santo, distinto y apartado de los demás pueblos.

El libro de Deuteronomio es el resumen de lo que Dios había declarado sobre Israel.
Una segunda ley, un llamado a memoria de todas las promesas que Jehová tenía siempre y cuando su pueblo se volviera a El de todo corazón.

Deuteronomio comienza con Moisés recordando las promesas recibidas en el Monte Horeb sobre la tierra prometida. Dt. 1:8: “mirad, yo le he entregado la tierra que Jehová juro a vuestros padres”. Dios les aseguró que no debían temer, que la tierra ya la había entregado en sus manos pero Israel temió, envió 12 espías para reconocer la tierra que Dios ya les había dado, incluso fueron cobardes, culparon a Dios de querer lo peor para ellos y no tomaron la tierra que Dios les estaba entregando (Dt. 1:26: “sin embargo no quisiste subir, fuisteis rebeldes”).

Es así como Dios castiga a Israel, no dejando que tomen la tierra. Una generación entera, que escuchó las primeras promesas, a causa de su duro corazón, caminó por años en medio del desierto. Pero Dios en su misericordia daría una nueva oportunidad y entregaría esas promesas a sus hijos, una nueva generación que no conocía a Dios, que no tenía memoria de su obrar, nacería y poseería la tierra prometida.

No obstante, al oír esto, Israel creyó tener la solución y se dispuso a pelear y a tomar la tierra, no importándoles lo que Dios ya había declarado. Prepararon sus armas y con altivez subieron decididos al monte Seir. Es la misma suficiencia y altanería de querer ir a la guerra sin Dios, que no los dejó escuchar a Moisés (Deuteronomio 1:42): “diles, no subáis ni peléis”.

El resultado fue una triste derrota. La derrota en el monte Seir (un monte donde Dios les recuerda que sus promesas se cumplirán solo si obedecemos a su voz) es nuestra derrota cuando nos escuchamos a nosotros mismos y creemos ser más sabios que Dios, incluso a veces también más sabios que todos los que nos rodean. Esto es un recordatorio no solamente de escuchar a Dios sino también a los líderes que puso Dios para guiarnos.

Deuteronomio 2:1 dice: “luego volvimos y salimos al desierto, camino del Mar Rojo, como Jehová me había dicho, y rodeamos el monte Seir por mucho tiempo”. Me gusta pensar que en este versículo, y los dos que le siguen, se esconden pensamientos y recuerdos de israelitas contemplando el monte y recordando lo que podría haber sido si hubieran obedecido a Dios. Quizás familias enteras recordando por las noches las primeras palabras de Moisés antes de salir de Egipto proclamando las promesas de liberación de Dios que salía al encuentro de sus hijos rompiendo las cadenas de esclavitud y entregándoles una tierra nueva.

Y Dios cumplió su promesa, ellos no se animaron a tomarla. Ese mismo monte que por años rodearon, fue el monte que deberían haber tomado confiando en la promesa de Dios.

Me pregunto: ¿cómo podían ellos estar en esta posición? Cuando años atrás ese mismo monte había sido la victoria para sus antepasados.

Imagino a muchos de ellos con la cabeza baja en silencio, quizá quebrados por el desierto, suspirando, contándoles a sus hijos o nietos lo que ese monte significaba en realidad para Israel. El recuerdo de la promesa de la tierra prometida frente a sus ojos, y el miedo de tomarla. Deuteronomio 2:1: “y Jehová me hablo, diciendo, bastante habéis rodeado este monte, volveos al norte”. Cuando Dios les dice finalmente esto, también confirma que el monte Seir fue el escenario donde Dios le promete a Jacob “que la misma tierra que le di a Abraham, Isaac, te daré a ti y a tu descendencia” (Génesis 35:12).

El pueblo de Dios estuvo 38 años en el desierto, luego de esto, y antes de que Dios les concediera su primer victoria, les recordó que habían destruido a los enemigos de los hijos de Esaú que habitaban en Seir, indicándoles también a la nueva generación que se levantaran y tomaran posesión de la tierra que les había prometido. Pidamos a Dios sabiduría para saber cuándo es el momento indicado de tomar las promesas que nos ha dado y cuando es el momento preciso para esperar y no ir al a guerra sin Él.

No es bueno vivir de recuerdos pero, a menudo, conforta el alma poder reflexionar y pensar en lo que Dios nos ha dicho en el pasado. Esos montes, momentos, encuentros, donde Dios marca nuestras vidas, como lo hizo con Jacob, nos cambia por completo, nos unge y nos da una promesa que nos acompaña por un largo camino. Un camino que no siempre será fácil, pero podemos detenernos, mirar nuestro monte y recordar que la palabra de Dios se cumple a pesar de haber cometido errores y que el derrotará a nuestros enemigos.

Atesoremos en nuestro corazón cada una de sus promesas y actuemos según su palabra sin dudar.

 

Alexis Fritz
Por Alexis Fritz
Graduado en el Instituto Bíblico Río de la Plata.
Trabajó en el Instituto Bíblico Río de la Plata como encargado de supervisión.
Estudió Trabajo Social en la Universidad de Entre Ríos.

 

 

 

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Categoria: BIBLIA, Edición 13 | Eclesiología, entrega 7, Teología

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