EL OCASO DE LOS HOMBRES
Un cuento de Noemí Agostino.
Se cuenta que hubo un tiempo sobre la tierra en que los hombres eran felices, extremadamente felices, porque en realidad habían sido creado para eso: SER FELICES. No tenían condicionamiento de ningún tipo, no había reglas, no había prohibiciones, no había sistemas que los gobernaran… La plenitud los atravesaba por todos los puntos, por todas las coordenadas, por todos los meridianos y por todos los paralelos.
También se cuenta que, a las seis de las tarde, esa plenitud llegaba a su grado cúspide, porque descendía la presencia del Todopoderoso a ese sector de la tierra llamado paraíso para reunirse con la raza de los adanes… Entonces, lo pasajero se perdía en lo eterno y lo eterno se perdía en lo pasajero. Esa reunión era la invitación al regocijo completo, donde el lenguaje ya no existía, donde el deleite de los espíritus se fusionaba, la perfección todo lo satisfacía y las almas humanas alcanzaban su más alto vuelo con el voltaje energético de la gloria del creador. Todo se consumaba. Y la voz eterna les cantaba una canción para finalizar ese día.
Así pasaban sus días, sus tardes y sus noches, no queriendo acceder a otros misterios, ni a la idea organizativa de otros planes.
Sin embargo los seres inferiores y otros espíritus superiores rebelados, no soportaron ese estado de plenitud. Ardor envidioso por la gloria perdida, celos amargos por estar eternamente separados por un abismo de la Gloria Perpetua, fueron los sentimientos que los llevaron a tramar una conspiración para llenar de amargura y desolación esa hora de encuentro: las seis de la tarde.
Se cuenta que la trama fue tan bien orquestada, la conquista amorosa tan bien planeada, las voces, los disfraces, las simulaciones y ficciones tan bien articuladas que los adanes, en principio, ya no esperaban con tanta vehemencia las seis de la tarde. El corazón de ellos comenzó a estar dividido por ese artilugio de encantamientos gestado desde la sombras.
Cuenta el libro de las Historias Eternas que fue la primera vez que el corazón de Dios se entristeció. Ni la primera rebelión de ángeles, ni las posteriores guerras por los reinos, ni el primer juicio en que Él decidió encadenar seres a perpetuidad, le habían provocado tanta tristeza en ese corazón de Padre. El tampoco soportaba esa pérdida: la Comunión de la tarde.
Como todos sabemos sobrevino lo execrable. La peor elección: la pérdida de las pérdidas.
Esa última tarde, a la hora señalada, como era habitual, el Eterno bajó y los llamó. Nadie contestó. Los volvió a llamar con una voz única y amor exclusivo. Se cuenta que para ese día les había preparado una canción especial, sin embargo del otro lado nadie respondió. Ese día FALTARON A LA CITA.
De ahí en más se expandió la leyenda que los hombres del planeta tierra se entristecen en cada ocaso. Que en los atardeceres se llenan de una nostalgia inexplicable. También muchas almas inconstantes deciden quitarse la vida en esa hora del día. El vacío, el abismo, la vacuidad, el sentirse separados es un sentimiento compartido a la hora del crepúsculo…
También se cuenta que no hay quien no lleve impreso en su espíritu la pérdida del paraíso, y que todos están esperando, en algún espacio, en algún lugar, en algún tiempo, volver a la comunión plena… Todos los adanes desean volver a escuchar esa voz única, distinguible en un millón de voces… esa voz que les susurre al oído otra vez como fue en el principio: “los espero a las seis de la tarde”.
Mimi Agostino
Educadora en la Región 5
Distrito de Alte. Brown
Directora y Representante Legal del Instituo Educativo Vida Cristiana del mismo distrito
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Categoria: Arte, CULTURA, Edición 13 | Eclesiología, entrega 14