DIOS PADECE FRIO Y HAMBRE EN LOS POBRES

| 22 septiembre, 2015

Continuando con la transcripción de sermones antiguos, dentro del tema general del mensaje que tenemos para dar como Iglesia, presentamos ahora un sermón predicado por otro de los padres de la Iglesia: Cesáreo de Arlés. Vivió entre los años 470 – 542.

Si el mayor escándalo en vida de Jesús fue haberse presentado como Mesías del servicio humilde, en vez de revestido de poder (Marcos 10.45; Juan13.12-16), hoy ese escándalo continúa, en cuanto que Cristo nos aguarda en donde menos le esperamos: en la persona de los pobres y sufrientes (Mateo 25.40-45). Extrañamente, a pesar de nuestro deseo de ser discípulos de un Dios crucificado, preferimos aún seguir buscando a Dios en el poder, en vez de en la debilidad de la cruz, donde nos aguarda con seguridad.

Acudimos en masa ante cualquier supuesta manifestación milagrosa para satisfacer nuestra curiosidad o las propias necesidades, pero luego pasamos de lado ante las necesidades de nuestro prójimo. Damos nuestro reconocimiento y nuestro respeto a quienes están revestidos de poder, pero ignoramos al pobre.

El Dios de Jesús es sin embargo un Dios del amor crucificado, que nos invita a adorarle y reconocerle en la persona de los pobres e indefensos. “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”. Dulce es el nombre de misericordia, hermanos muy amados; y si el nombre es tan dulce, ¿cuánto más no lo será la cosa misma? Todos los humanos la desean, mas, por desgracia, no todos obran de manera que se hagan dignos de ella; todos desean alcanzar misericordia, pero son pocos los que quieren practicarla.

Oh humano, ¿con qué cara te atreves a pedir, si tú te resistes a dar? Quien desee alcanzar misericordia en el cielo debe practicarla en este mundo. Y, por esto, hermanos muy amados, ya que todos deseamos la misericordia, actuemos de manera que ella llegue a ser nuestro abogado en este mundo, para que nos libre después en el futuro. Hay en el cielo una misericordia, a la cual se llega a través de la misericordia terrena. Dice, en efecto, la Escritura: Señor, tu misericordia llega al cielo.

Existe, pues, una misericordia terrena y humana, otra celestial y divina. ¿Cuál es la misericordia humana? La que consiste en atender a las miserias de los pobres. ¿Cuál es la misericordia divina? Sin duda, la que consiste en el perdón de los pecados. Todo lo que da la misericordia humana en este tiempo de peregrinación se lo devuelve después la misericordia divina en la patria definitiva.

Dios, en este mundo, padece frío y hambre en la persona de todos los pobres, como dijo él mismo: Cada vez que lo hicieron con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicieron. El mismo Dios que se digna dar en el cielo quiere recibir en la tierra. ¿Cómo somos nosotros, que cuando Dios nos da, queremos recibir y, cuando nos pide, no le queremos dar?

Porque, cuando un pobre pasa hambre, es Cristo quien pasa necesidad, como dijo él mismo: “Tuve hambre, y no me dieron de comer”: No apartes, pues, tu mirada de la miseria de los pobres, si quieres esperar confiado el perdón de los pecados. Ahora, hermanos, Cristo pasa hambre, es él quien se digna padecer hambre y sed en la persona de todos los pobres; y lo que reciba aquí en la tierra lo devolverá luego en el cielo.

Les pregunto, hermanos, ¿qué es lo que quieren o buscan cuando vienen a la iglesia? Ciertamente la misericordia. Practiquen, pues, la misericordia terrena, y recibirán la misericordia celestial. El pobre te pide a ti, y tú le pides a Dios; aquél un bocado, tú la vida eterna.

Da al necesitado, y merecerás recibir de Cristo, ya que él ha dicho: Den y se les dará. No comprendo cómo te atreves a esperar recibir, si tú te niegas a dar. Cristo quiere ser honrado en los pobres.

 

cesareo

Cesáreo de Arlés
470 – 542 DC
Le tocó vivir en tiempos agitados en que se sucedieron invasiones, calamidades y guerras a causa de la caída del imperio romano de Occidente.

 

 

 

 

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