NI NOS ATREVEMOS A COMPARARNOS
2da de Corintios 10.12-18: “ni nos atrevemos a compararnos…”
Un famoso tango argentino asegura que siempre habrá valores y doubleé. Imagino que Discépolo, el autor, tenía en su espíritu filósamente crítico, un buen detector de falsedades, y un rechazo visceral hacia lo que indignamente reclama un valor que no tiene. Los valores, son los auténticos. Los doublée son las imitaciones, las pretendidas réplicas, los que se cuelgan de trabajos y famas ajenas para reclamar su pedacito de gloria y protagonismo.
Podríamos sin demasiado esfuerzo ver que la iglesia, aún en su estado inicial, nuestra amada iglesia primitiva, estaba ya cargada con ese germen. San Pablo necesita describir lo legítimo de su relación con los cristianos de la ciudad de Corinto, para librarse, aunque sólo sea por un instante de los doubleé que lo perseguían.
Llega, forzado por el asedio de una banda de “superapóstoles” –como lo define la Nueva Versión Internaciónal– a tener que recordarles la historia de su nacimiento a la fe: “Nosotros fuimos los primeros en llevarles a ustedes las buenas noticias acerca de Cristo.”
Tenemos preciosos hombres y mujeres en la iglesia, que destellan para bien, acerca de los cuales, sin pecar de presumidos podemos decir que son gloria de Cristo. Y claro, también tenemos doublée, es decir aquellos que opacan la escena, la bastardean con una apariencia que los detectores de lo auténtico enseguida descartan.
La búsqueda de gloria, de reconocimiento, de derechos sobre otros, nos complica la vida. La comunidad cristiana, muy pronto aprendió a cantar canciones que ponen las cosas en su lugar. “Toda la honra, toda la gloria, toda la alabanza y todo el poder, son del que está sentado en el trono y del Cordero.”
Claro, cuando uno llega a estas conclusiones, dice: Y entonces ¿para qué nos estuvimos maltratando tanto? ¿Para qué competimos tan ferozmente? ¿Por qué fuimos capaces de tantas bajezas para llegar, y para llegar a dónde? ¿Por qué nos llenamos de soberbia cuando nos subieron al podio? Si al fin, toda gloria, todo reconocimiento, toda alabanza, no nos pertenece. A lo sumo, será una gloria prestada que muy pronto hay que devolver.
Julio Cesar López
Pastor en Belgrano
Iglesia Presbiteriana San Andrés
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